3 de junio de 2012

NACHO FERNÁNDEZ, UNA LEYENDA


Para el mundo del fútbol en general es Nacho Fernández. Para mí, es simplemente Nachín. Del mismo modo que, casi desde el principio, él empezó cuando entré en el vestuario de la Unión Deportiva Logroñés a dirigirse a mí con ese cariñoso diminutivo tan típicamente asturiano, yo terminé también por llamarle siempre utilizando esa misma manera. Habrá quien piense que el titular de la entrada es exagerado. Para mí no lo es. Nacho Fernández es una Leyenda, al menos lo que yo entiendo por Leyenda dentro del fútbol. Inigualable. Según algunos medios de comunicación, ayer anunció su intención de abandonar la U.D. Logroñés para centrarse en sus estudios y su vida personal. Si es así, es una noticia que me apena por lo que yo pierdo, pero que por otro lado me llena de ilusión por la nueva etapa que él va a dar comienzo. Como todo en la vida, me quedo con lo mejor de cada experiencia, y la de haber conocido y convivido con alguien como Nacho sólo tiene cosas positivas. Todo ha sido aprendizaje a su lado, de fútbol y de vida. Alguien de quien cada día extraes algo que te sirve, algo que aumenta tus cualidades como persona.

Llevo muy poco tiempo en el fútbol profesional, pero estoy seguro de que, por muchos años que me quede en esto, no serán demasiadas las personas que encontraré con la calidad humana y profesional de Nachín. Tío de pocas palabras, pero siempre muy justas y adecuadas. De pocos gestos y aspavientos, pero siempre convincentes y en el momento oportuno. Jugador con unos recursos futbolísticos aceptables, sin grandes alardes, pero siempre puestos al servicio del equipo, sin reservas. No es hablador, pero habla con una inteligencia abrumadora cada vez que tiene que decir algo. No le gusta hacerse ver ni ser el centro de atención de nadie, pero escenifica su capacidad de liderazgo y su buen hacer dentro y fuera del campo cuando sus compañeros más lo necesitan. No es el más técnico, ni el más rápido, ni siquiera es el más fuerte del equipo, pero no reserva jamás una micra de esfuerzo, ni una gota de sudor, cuando se trata de poner todas sus capacidades futbolísticas al servicio de los demás.

Hay una frase del pensador chino Confucio que dice: “El ir un poco lejos es tan malo como no ir todo lo necesario”, que podría resumir a grandes rasgos la filosofía de Nacho Fernández. Así es Nachín, una persona que hace del equilibrio sobre todas las cosas su manera de vivir la vida. Todo en su justa medida, y siempre cumpliendo de sobra con lo que se le requiere a una persona y a un futbolista.

Nos conocimos el año pasado, cuando en los últimos partidos de la temporada 2010/2011 hice las funciones de Delegado de Campo en Las Gaunas. Pese a no haber hablado prácticamente nunca, Nacho (entonces aún no era Nachín) fue uno de los jugadores de la U.D. Logroñés que siempre, cuando llegaba al campo, venía a saludarme, estrechar mi mano, y preguntarme por cómo estaban las cosas, las mías y las del partido. En esos pequeños detalles vas conociendo poco a poco a las personas, y te vas dando cuenta de que hay gente con la que puedes ir al fin del mundo, porque en cualquier sitio te harán sentir a gusto con su compañía.

Este año tuve la suerte de entrar en el vestuario del primer equipo, como “utillero”, y conocer un grupo humano increíble, que me ha servido para crecer como persona, viviendo experiencias inolvidables, pequeños momentos y gestos que me han llenado interiormente y me han enseñado uno de los lados más enriquecedores de la vida. El lado del compañerismo, la solidaridad, y sobre todo el cariño y el calor humano. Sin excepción, los veinte jugadores y media docena de técnicos con los que he tenido el lujo de vivir la temporada, han sido inmejorables compañeros de viaje, y a todos les debo su parte invariable de aquello que disfruté. Y por supuesto, a Nachín, no sé exactamente si por encima del resto porque para mí todos están al mismo nivel, pero sí en un lugar muy destacado. Educado, comedido, siempre dispuesto a ayudar, siempre con una sonrisa en sus labios. Nunca un mal gesto, nunca una palabra más alta que otra, nunca nada, absolutamente nada, que poderle reprochar. No es casualidad que, en toda su carrera profesional, Nacho sólo haya conocido cuatro clubes diferentes. Alavés, Racing de Ferrol, Ponferradina y Unión Deportiva Logroñés. En todos los sitios en los que estuvo ha dejado su huella.

Recibiendo el premio al Mejor Jugador de la 2010/2011 para la afición
Su abrazo antes de cada partido, casi en el túnel de vestuarios, que creo que he mencionado alguna vez en alguna entrada de este blog, era uno de los gestos que yo más esperaba cada Domingo. Recibir el abrazo de Nachín era recibir el abrazo de la vida, el abrazo de una persona que lo pone todo en cada cosa que hace, algo que te motiva y te hace sentir útil en lo que estás haciendo.

Nacho jugó su último partido en Aranda de Duero, el pasado día 5 de Abril. En una jugada nada más empezar la segunda parte, con el campo embarrado y pesadísimo, se rompió en un salto al ir a despejar un centro al área. Nada más caer supo lo que había pasado, y pocos segundos después fue completamente consciente de la gravedad de la lesión. 

No quiso que la camilla entrase al campo para retirarle a los vestuarios, hasta en eso es enorme Nacho. Supo que, con toda seguridad, ese sería su último partido, al menos esta temporada, y no quiso salir del campo postrado en una camilla, sino por su propio pie, como el torero herido de gravedad que se resiste a abandonar el ruedo hasta ver morir a su enemigo. A falta de camilla, Jose (el fisio del equipo) y yo mismo, fuimos quienes tuvimos la misión de ayudar a Nachín a salir del campo caminando, despacito, a paso muy lento, pero con la cabeza muy alta. Raza, orgullo de CAMPEÓN. Abrazados a él, uno a cada lado, Jose y yo recorrimos junto a Nacho el camino desde detrás de una de las porterías de “El Montecillo” de Aranda hasta el vestuario. Fue una estampa tragicómica, tres personas abrazadas, caminando a tropezones como tres borrachos después de una larga noche de excesos, y vitoreados por la grada a modo de mofa canturreando los compases de una marcha militar. Aún me emociono al recordar las palabras que Nacho pronunciaba mientras aguantábamos la lluvia del cielo y la despiadada burla de la grada: “Se acabó, Pedrín, se acabó la temporada”. Yo intentaba hacerle olvidar sus palabras hablando de la musiquita que venía desde el hormigón y diciéndole en tono cariñoso “Qué sabrás tú de lesiones”,  conociendo de sobra que lo que está estudiando Nacho es fisioterapia. Lo cierto es que era él quien parecía más entero que yo, y al final los ánimos me los terminó dando él a mí: “Bueno, Pedrín, paciencia, el fútbol también tiene estas cosas”. Aún restaban cuatro partidos, pero él sabía que se había terminado todo. Con el paso de los días, su lesión resultó ser menos grave de lo esperado, y durante un par de semanas mantuvimos la esperanza de que llegase al menos a jugar el último o los dos últimos partidos de la campaña. Pero no pudo ser. Nachín no llegó a tiempo, y la temporada acabó con él en la grada. El fútbol le debe, supongo que entre otras, una muy grande.

Acabó la temporada, pero no acabó Nacho Fernández, porque Nacho Fernández es y será eterno, juegue al fútbol, sea entrenador, fisioterapeuta o simplemente ciudadano de su querida Oviedo. Tendrá éxito en cualquier cosa que se proponga hacer en la vida, porque tiene todas las condiciones humanas posibles para lograrlo, y es un trabajador incansable. He sido testigo de docenas de horas de estudio en su asiento del autobús del equipo, en los largos viajes de esta temporada. Ahora va a centrarse en terminar sus estudios de Fisioterapia, y encaminar su futuro personal y laboral. Silvia, su mujer, a quien no tengo el gusto de conocer tanto como a Nacho, dará a luz en pocos meses a su primer hijo (o hija), una criatura que tendrá la suerte de contar con unos padres ejemplares, y que le darán los mejores valores para ser una persona íntegra como lo son ellos. Ojalá la vida me dé la oportunidad de seguir contando a Nacho y a su familia como grandes amigos, y que ellos recojan en forma de felicidad todo lo que han sembrado hasta ahora.

Siempre en mi corazón, Nachín.