20 de abril de 2013

EL DÍA QUE LA REAL SOCIEDAD TOCÓ EL CIELO CON LAS MANOS



Hace treinta años, la Real Sociedad era el vigente Campeón de Liga. Bicampeón de Liga, para ser más exactos. En las temporadas 1980/81 y 1981/82, había conseguido alzarse con el Título, destronando al Real Madrid, que había conquistado las tres anteriores ediciones.

Real Sociedad 1980/81
La Real, con Alberto Ormaechea al frente, tenía un equipazo.  Casi con toda seguridad el mejor equipo de la Liga española de la época. Prácticamente la totalidad de su equipo titular estaba compuesto por internacionales, que habían participado, o aún lo hacían, con la selección española, disputando el Mundial de Argentina en 1978, la Eurocopa de Italia en 1980 o los partidos de preparación para el Mundial de España en 1982. Arconada, Celayeta, Perico Alonso, Zamora, Satrústegui o López Ufarte fueron fijos en las convocatorias de Ladislao Kubala primero, y José Emilio Santamaría después. Formaban la columna vertebral de la Real Sociedad bicampeona a principios de los ochenta, y eran parte importante del combinado nacional.

En 1981, la Real se hizo con el Título de Liga en la última jornada, en aquel inolvidable partido en El Molinón, donde Jesús Mari Zamora hizo el 2-2 ante el Sporting en el minuto 89, arrebatándole la Liga al Madrid, que había ganado en Zorrilla 1-3 al Valladolid, y festejaba ya el campeonato sobre el césped pucelano. Quedaron empatados a 45 puntos, en una época en que la victoria computaba dos puntos, y no tres como ahora. La Primera División estaba compuesta por dieciocho equipos, en lugar de los veinte actuales. Eran cuatro partidos menos.

Real Sociedad - Athletic 1981/82
Al año siguiente, prácticamente con la misma plantilla, los donostiarras repetirían Título. De nuevo, en la última jornada, volvían a depender de sí mismos. Recibían en Atocha al Athletic de Bilbao, cuarto clasificado. En segunda posición perseguía a los txuri urdin el Barcelona, a dos puntos de distancia, los que se había dejado en el Santiago Bernabéu la semana anterior, perdiendo 3-1 contra el Real Madrid. La Real había empatado a cero en Pamplona, y con ese punto conseguía romper el empate con el que vascos y catalanes compartían el liderato hasta esa semana. Así que, con un punto de ventaja, la Real Sociedad se jugaba ante el Athletic, en la última jornada, y ante su parroquia, ser Campeón de Liga por segundo año consecutivo. El Barcelona, que no lo era desde 1974, ansiaba hacerse con el trofeo, pero para ello debía ganar al Betis en el Camp Nou, y esperar el tropiezo de la Real. Y no sucedió ni lo uno ni lo otro. El equipo donostiarra se deshizo del bilbaíno con relativa facilidad, 2-1, y el Barcelona, después de llegar al descanso 2-0, fue incapaz de evitar dos goles del Betis (el 2-2 de un madridista reconocido, Poli Rincón), dejando la Liga en bandeja a la Real Sociedad.

Real Sociedad 1981/82
Pero mientras todo eso sucedía en el campeonato doméstico, la Real debutaba en la Copa de Europa de Campeones de Liga. Antes había jugado cuatro ediciones de la Copa de la UEFA (1974/75, 1975/76, 1979/80 y 1980/81), en las que su mejor clasificación la había obtenido en esa última, cayendo en los octavos de final ante el Lokeren belga. Su participación en la máxima competición continental, en la siguiente temporada, fue efímera. En la primera ronda, dieciseisavos de final, le tocó en suerte el CSKA de Sofía búlgaro. Un rival no excesivamente complicado, al que sin embargo le bastó un gol de Ionchev en el último minuto del partido de ida, jugado en el Vasil Levski, para eliminar al Campeón español. El partido de vuelta en Atocha terminó con el 0-0 inicial, y la Real Sociedad dio así por terminada su actuación en la Copa de Europa por ese año.

Hasta que, justo un año después, volvía a la escena continental, después de hacerse con su segunda Liga consecutiva. El rival en primera ronda era el Vikingur islandés. Era un equipo modesto, de una Liga de muy escaso nivel, pero, con la experiencia del año anterior, no había lugar para la relajación. En el partido de ida, jugado en Reykjavik, la Real consiguió un buen resultado, 0-1, con gol de Satrústegui. En la vuelta en Atocha, de nuevo Satrústegui, y Uralde, por dos veces, dieron el pase a octavos, en un partido que acabó 3-2 para los donostiarras.

En octavos esperaba el Campeón escocés, el Celtic de Glasgow. La ida se jugó en San Sebastián, y la Real se impuso 2-0, con goles de, cómo no, Satrústegui y Uralde. En Celtic Park, dos semanas después, la Real se adelantó de nuevo por mediación de Peio Uralde, pero McLeod igualó antes del descanso. Un hombre destacó por encima de todos para mantener el resultado en tablas hasta casi el final del partido. Luis Miguel Arconada firmó en Glasgow una actuación memorable, evitando varios goles del equipo escocés. Sólo McLeod de nuevo, ya en el minuto ochenta y nueve, consiguió batir a Arconada, pero para entonces la eliminatoria estaba ya decidida. Nuevo paso al frente. Clasificada para cuartos de final, la Real Sociedad había conseguido ya su mejor clasificación en competiciones europeas.

Y en esa eliminatoria, tocó en suerte el Sporting de Lisboa, que tenía a Oliveira y Jordao como hombres más destacados, y que el año anterior había conseguido imponerse a los dos grandes de Portugal, el Benfica y el Oporto, en la Liga lusa. En el bombo había equipos como el Dinamo de Kiev, la Juventus, el Liverpool, el Hamburgo o el Aston Villa, pero, de todos los rivales fuertes, el Sporting de Lisboa parecía el menos. En el José Alvalade, el Sporting se impuso por 1-0, con un gol en el minuto 89 de Manuel Fernandes. La eliminatoria, pese al resultado, seguía totalmente abierta, pues había que jugar la vuelta en Atocha, un campo que invitaba al optimismo. Abarrotado y entregado, el estadio donostiarra llevó en volandas a su equipo. Juanan Larrañaga hizo el 1-0 en la primera parte, y el jovencísimo José Mari Bakero, a falta de veinte minutos para el final, hizo el 2-0 que eliminaba a los portugueses, y ponía a la Real Sociedad en las semifinales de la Copa de Europa.

Hrubesch y Arconada, Capitanes
Sólo quedaban tres equipos, además de la Real. Hamburgo, Campeón alemán, Subcampeón de la Copa de la UEFA el año anterior y Campeón de la Recopa de Europa en 1977. Juventus de Turin, Campeón italiano en siete de los últimos diez años, y Campeón de la Copa de la UEFA en 1977, contra el Athletic de Bilbao. Y por último, el Widzew Lodz, Campeón polaco en las dos últimas temporadas, aparentemente el rival más asequible, pero que venía de eliminar en cuartos de final al Liverpool, tres veces Campeón de Europa en las cinco últimas ediciones. No había pues rivales favoritos, ni mucho menos fáciles. Tocó el Hamburgo, que tenía hombres como Stein en la portería, Félix Magath  como organizador en el medio campo, y Horst Hrubesch, un delantero imponente, titular y hombre destacado de la selección alemana Subcampeona del mundo un año antes en el Mundial de España. El mismo que, tres años antes, dio con dos goles a Alemania la Eurocopa de Italia 1980, en la final contra Bélgica.

El partido de ida fue en Atocha. De nuevo, el vetusto coliseo donostiarra reventó. Se llenó hasta la bandera de aficionados txuri urdin que querían dar el último aliento a su equipo, en el partido que a la postre sería, con el paso de los años, el último de Copa de Europa que vio el viejo campo. Pero un equipo alemán siempre es un equipo alemán. Y la presión del público no hizo mella en el cuadro hamburgués, que en el minuto 56 se adelantaba por medio de Rolff, que batía a Arconada de un cabezazo inalcanzable. A falta de un cuarto de hora para el final, Agustín Gajate, aquel corajudo central, pareja tantos años de Alberto Górriz, aprovechaba un rechace dentro del área tras el saque de un córner para batir a Stein, y dejar la eliminatoria abierta para el partido de vuelta.

Diego, Larrañaga y Bakero celebran el gol del empate
En el Volkspark Stadion de Hamburgo, el 20 de Abril de 1983, la Real Sociedad tocó el cielo con la punta de los dedos. Durante más de una hora, el equipo blanquiazul soñó con la Final de la Copa de Europa. Juanan Larrañaga pudo hacer el 0-1. Pero fue Jakobs quien, cabeceando un córner, puso la eliminatoria en ventaja para el Hamburgo. Jarro de agua muy fría, helada, para la Real Sociedad, que, sin embargo, estaba dispuesta a vender cara su derrota. Después de eliminar a Vikingur, Celtic de Glasgow y Sporting de Lisboa, Hamburgo era la última estación antes de la gran Final de Atenas. Sólo quedaba la heroica, y la Real, con un equipo hecho con gente exclusivamente de casa, y con un estadio como Atocha, donde todo olía a fútbol del de verdad, del auténtico, no podía dejar pasar la oportunidad de mostrar su lado más épico. Había ganado sus dos únicas Ligas en la última jornada del campeonato, sufriendo, casi pidiendo la hora. Lo de Hamburgo era un episodio más en la ascensión de un equipo acostumbrado a sudar y sangrar cada éxito que obtenía.

Y lo hizo. Hizo lo más difícil. Igualó la eliminatoria. Arconada sacó en largo. José Mari Bakero bajó la pelota pegado a la banda derecha, y metió un pase a la frontal del área, donde apareció Diego Álvarez, un gallego de Monforte de Lemos, que cumplía su novena temporada en San Sebastián. Diego controló, avanzó unos metros y soltó un derechazo con toda la fuerza y la convicción sumada de los miles de aficionados de la Real que, en tensión, aguantaron la respiración hasta que el balón rebasó a Stein y estalló contra la red de la portería alemana. El estallido fue también de voz, y de emoción. Lo más difícil, igualar una eliminatoria en suelo teutón, se había conseguido. Quedaban diez minutos para el final, y era el momento de mantener la calma y, por qué no, encomendarse a toda la suerte que hasta ese día no había sido necesaria en toda la competición.

Pero el fútbol es caprichoso, a veces injusto, y muchas veces cruel. Es difícil, y más aún en eliminatorias europeas, saber qué va a ocurrir en la siguiente jugada. Ya son muchos los casos que hemos vivido, alguno de ellos muy reciente, como el del Málaga en Dortmund hace apenas diez días. Y, como en la derrota de los andaluces contra el Borussia, la Real Sociedad sufrió también en Hamburgo la impotencia que genera perder algo tan importante por un error arbitral. Sucedió sólo cuatro minutos después del gol de Diego. El Hamburgo sacó un córner, prácticamente calcado al del 1-0. El balón esta vez fue despejado por la defensa donostiarra, pero el rechace lo recogió Magath en la frontal del área. Su disparo tropezó en Jakobs, y la pelota le cayó franca a Thomas Von Heesen que, sólo ante Arconada, a cinco metros de la portería, sólo tuvo que fusilar a placer. Resultó que el delantero alemán (y también otro jugador del Hamburgo) estaba en posición de fuera de juego en el momento en que Félix Magath disparó a puerta. Todos los jugadores de la Real lo vieron, y también los del Hamburgo, porque unos y otros se quedaron mirando al árbitro, el suizo Bruno Galler, esperando su decisión. Y su decisión fue conceder el gol, a instancias de uno de sus jueces de línea que era… alemán. Uno de los líneas de Galler se había lesionado, y, en el descanso del partido, tuvo que ser sustituido. Hace treinta años, los árbitros viajaban por Europa con la única compañía de sus dos jueces de línea, no como actualmente, que el equipo arbitral está compuesto por seis personas. Así pues, ante la lesión del linier suizo, fue un alemán, de Hamburgo para más señas, quien se hizo cargo del banderín durante el segundo tiempo. Hoy en día, un episodio así sería impensable, pero hace treinta años esas cosas sucedían con frecuencia. El Hamburgo terminaría ganando aquella edición de la Copa de Europa, con un gol de Magath en la Final disputada en Atenas contra la Juventus de Turín.

Estadio de Atocha
En cualquier caso, y a pesar de que la Real Sociedad quedó eliminada con aquel gol, y no pudo acceder a la Final de la Copa de Europa, el recuerdo de su participación quedó grabado para siempre en la memoria colectiva txuri urdin. Aquel equipo, aunque fue perdiendo protagonismo y efectivos con el paso de las temporadas, se proclamaría Campeón de la Copa del Rey en 1987, y Sucampeón en 1988, y firmaría una participación memorable en la Copa de la UEFA 1988/89, en la que eliminaría al Dukla de Praga, Sporting de Lisboa (de nuevo) y Colonia, cayendo en cuartos de final frente a, otra vez, un equipo alemán, el Stuttgart, en la tanda de penaltis. En Alemania, el Stuttgart ganó 1-0. En la vuelta, Zamora igualó la eliminatoria, pero la Real no pudo evitar llegar a los penaltis, donde Arconada, en su último partido europeo, no pudo ser el héroe de tantas ocasiones. Fue también el último partido europeo de una generación inolvidable, y en un campo inolvidable, Atocha, que durante dos décadas mostró orgulloso al viejo continente todo su esplendor y su encanto.

10 de abril de 2013

10 DE ABRIL DE 1988. HUGO SÁNCHEZ Y UN PEDACITO DE HISTORIA

Hoy, hace un cuarto de siglo, era Domingo. Y aquel Domingo mi equipo, el Real Madrid, jugaba un partido de Liga en su estadio, contra el equipo de mi tierra, el Club Deportivo Logroñés, que completaba la temporada de su estreno en Primera División. No era la primera visita del Logroñés al Santiago Bernabéu, pues ocho años antes le había disputado al Real Madrid los octavos de final de la Copa del Rey. Habían ganado los blancos en Las Gaunas, en la ida, por 2-3, y volvieron a hacerlo en Chamartín, dos semanas después, por 2-0. Era el Logroñés de los Pita, Torres, Sanz, Viguera, Eraso… y ya por entonces Lotina, que también formaba parte de la plantilla del cuadro riojano ocho años después en Primera, aunque, cosas del destino, nunca llegó a debutar en la máxima categoría con el club del que es santo, seña, y parte imprescindible de su Historia. “Loti” hizo dos goles en Las Gaunas aquel 27 de Febrero de 1980, aunque otros dos de Poli Rincón y uno de Laurie Cunningham habían dejado un marcador muy favorable para el Madrid de cara al partido de vuelta, que resolvió con un gol de Santillana y otro de Juanito.

De la eliminatoria copera apenas quedaban sobrevivientes en uno y otro bando ocho años después. En el Madrid, resistían José Antonio Camacho y Carlos Santillana, en el ocaso de sus carreras. El primero, aún seguía siendo pieza importante en la zaga blanca que completaba junto a Chendo, Tendillo y Sanchís, aunque esa sería su penúltima temporada en el equipo. Santillana, por su parte, había decidido colgar las botas al final de ese ejercicio 1987/88, después de diecisiete años en el Bernabéu.  En el Logroñés sólo quedaba, después de ocho campañas, el incombustible Lotina, al que con treinta y un años aún se le auguraban varios más en la élite, pero que, debido a que no contó con ninguna confianza por parte de Chuchi Aranguren, que no le dio un minuto en toda la temporada, decidió seguir los pasos de Charli Santillana, y retirarse como futbolista ese mismo año. Triste despedida para un icono del club, que no tuvo la ocasión de decir adiós a su parroquia vestido de corto.

Gol de Linskens en el Bernabéu
Venía el Madrid de complicarse la vida en la ida de semifinales en el Bernabéu, contra el PSV Eindhoven. Un empate a un gol, en un partido muy gris, que dejaba todo abierto para la vuelta en Holanda. Hugo Sánchez había hecho el 1-0 de penalti, nada más empezar el partido. Pero un tal Edward Linskens, cuya gloria empezó y terminó aquella misma tarde, y del que poco más se supo después, pasó a la Historia del club de la multinacional electrónica (PSV es Philips Sport Vereniging, o sea, Asociación Deportiva Philips) al hacer un gol inverosímil, de esos que cuesta creer que terminen subiendo al marcador, no por su belleza ni su potencia, sino por lo extraño y estrambótico de su consecución. Paco Buyo, otro de mis ídolos, contribuyó al momento de inmortalidad de Linskens, haciendo lo más difícil, que era levantar las piernas cuando el balón venía directamente a ellas, a una velocidad no mayor que la que hubiese podido imprimirle un niño de diez años. El resto de la película fue simple y dolorosa. Tan simple, que no hubo más goles ni en ese partido ni en el de vuelta jugado en el Philips Stadion de Eindhoven. Y tan dolorosa, que el mejor Madrid de las dos últimas décadas se quedaba fuera de la final de la Copa de Europa. Ocuparía su lugar un equipo, el holandés, que terminaría ganando la competición, con otro 0-0 contra el Benfica. Los penaltis le darían su primer y hasta ahora único máximo trofeo europeo. Su entrenador era Guus Hiddink, que diez años después dirigiría al Madrid, y sus principales figuras Van Breukelen,  Gerets, Koeman, Lerby, Vanenburg o Wim Kieft. Pero lo de Eindhoven sucedió el 20 de Abril, diez días después del partido contra el Logroñés.

10 de Abril de 1988, Estadio Santiago Bernabéu. Cinco de la tarde, hora taurina y, durante muchísimos años, también futbolera. Porque antes, cuando no había televisiones de pago, la jornada de Primera se jugaba, mayormente, el Domingo a las cinco de la tarde. A excepción del partido que TVE emitía los Sábados, a las ocho de la tarde, y de los que pudiesen adelantarse a ese mismo día por estar implicados equipos participantes en competiciones europeas. No había partidos a las siete, a las nueve, ni por supuesto a las diez de la noche, ni el Sábado, ni el Domingo. Plantearse lo de jugar un partido el Lunes hubiese sido más una cosa de locos, o de ciencia ficción. O de ambas. En ese sentido, aquel tiempo pasado sí fue mejor. Hoy mandan las televisiones, o sea, el dinero, como todo en la vida, y así nos tienen.

Saltaba el líder, el Madrid, al césped del Bernabéu con la idea de sumar dos puntos más que le acercasen a su tercer título de Liga consecutivo. Quedaban seis partidos por jugarse, y la Real Sociedad, segunda clasificada, marchaba a ocho puntos. Qué gran equipo aquel dirigido por Toshack, con Arconada, López Rekarte, Larrañaga, Bakero, Txiki, Górriz, Zamora, Loren… Subcampeón de Liga y Copa. A trece estaba ya el Atlético, tercero, y para ver cómo ha cambiado el cuento, sólo reseñar que el Barcelona era noveno, a veintidós puntos del Real Madrid, mucho más cerca del descenso a Segunda, a sólo seis puntos. Por entonces, la victoria otorgaba dos puntos, no tres como ahora. El Logroñés estaba en decimosexta posición, dos por encima del descenso, con veintiséis puntos, justo la mitad de los de su rival de aquella tarde.

El partido hubiese sido uno más de los muchos que Real Madrid y Logroñés han jugado a lo largo de sus años en Primera División. Ganó el Madrid, como cabía esperar antes del pitido inicial, lo que tampoco hizo el choque nada diferente a casi todos los que enfrentaron a blancos y blanquirrojos en Chamartín. El Logroñés sólo consiguió tres empates en sus diez visitas al Bernabéu, nueve en Liga y una en Copa. Hubiese sido, en definitiva, un partido más, dos puntos más para el Madrid en su carrera por el título, y una semana de sufrimiento menos para el Logroñés, boqueando con esfuerzo para respirar en las peligrosas aguas del descenso. Pero en el minuto nueve sucedió algo que cambió para siempre el empaque de este partido, y le dio el lustre de la Historia, la pincelada que lo distinguió como uno de los momentos más memorables que ha vivido el Estadio Santiago Bernabéu, y eso, con la perspectiva que dan 66 años de fútbol del más alto nivel entre esas cuatro paredes es decir, no mucho. Muchísimo.

Era la primera parte, y el Madrid atacaba la portería del fondo norte, como manda la tradición. El Santiago Bernabéu aún no había experimentado su gran cambio de principios de los 90, y el segundo anfiteatro sujetaba la techumbre instalada seis años atrás, con motivo de la celebración del Mundial de 1982. El sol todavía se colaba por encima de la visera de la tribuna de Preferencia, y bañaba prácticamente todo el verde tapete del terreno de juego. La remodelación posterior del estadio, con dos nuevos anfiteatros sobre el ya existente, a su vez por encima de la grada baja, y los casi cincuenta metros de altura que finalmente alcanzó el techo del coliseo, hacen hoy imposible una visión como aquella, y existen zonas del césped que apenas ven la luz solar.

Momento en que Hugo Sánchez remata a gol
Rafa Martín Vázquez había recibido el balón pegadito a la cal de la banda izquierda. Rodeado por dos contrarios, decidió colgar el balón al área donde, estaba seguro, rondaba ya Hugo preparando el peligro. Y allí estaba, claro. También Butragueño. Y Sanchís, que por aquella época, con un mediocampista más defensivo como el “Soso” Gallego cubriéndole las espaldas, se dejaba ver más en el área rival. Pero Emilio y Manolo vieron pasar el balón por encima de sus cabezas. Hugo, listo como no ha habido otro en ese tipo de acciones de despiste, se había llevado a su marcador hasta casi meterle debajo del larguero con el portero Pérez. Pero en el último instante, reculó dos pasitos hacia atrás, suficientes para jugar el balón sin oponente, aunque no tanto para controlarlo o intentar un remate de cara a la portería. Así que tiró de recurso, el más habitual en él, el que dominó y ejecutó más y mejor que nadie, la chilena, y dejó para siempre una de las estampas más bonitas que se han dibujado jamás sobre un campo de fútbol. Todo sucedió así de rápido, y, aparentemente, así de fácil. Una acción de apenas cinco segundos, que permanecerá toda la eternidad en la memoria de quienes tuvimos la suerte de vivirlo en directo. Mi suerte fue radiofónica. En mis tardes de niñez, los Domingos por la tarde, la radio era mi mejor amiga, y a través de ella “veía”, o imaginaba, que es mejor aún, lo que pasaba en diez campos de Primera, y otros tantos de Segunda. Por supuesto, aquella noche esperé impaciente a que empezase el tiempo de deportes en el Telediario, y después el Estudio Estadio de la noche, pues a presenciar con mis ojos tal gesta incomparable, semejante monumento al gol, según nos había narrado Gaspar Rosety desde el “SuperGarcía” de Antena 3 Radio, no podía esperar más que lo estrictamente obligatorio. Los días siguientes fueron un sin parar de elogios al mexicano, por parte de sus compañeros, y también de sus rivales.

No fue un gol más de Hugo Sánchez. Fue “EL GOL” de Hugo Sánchez. Un hombre que los metió de todos los colores y posturas. Goles que dieron títulos, y otros que, como el que hizo esa tarde contra el Logroñés, pasaron al Salón de la Fama no por su trascendencia, sino por hacer sentir a los aficionados que el coste de la entrada que habían pagado, estaba ya amortizado a los diez minutos de partido. Ha habido goles increíbles en la Historia del fútbol español, y más aún en la del fútbol mundial. Muchísimos han sido más decisivos que el de Hugo, y muchísimos también de una belleza comparable, o superior. Pero el de Hugo siempre será inolvidable para los madridistas, también por haberlo hecho un futbolista excepcional, muy querido por la afición blanca en sus siete años en Chamartín.

Hugo Sánchez, independientemente de su carisma o su falta de ello dentro y fuera de los muros del Bernabéu (terminó sus días en el Real Madrid de manera muy polémica, enfrentado a Ramón Mendoza, el Presidente, a Leo Beenhakker, entrenador, y a buena parte de la plantilla de futbolistas, y fuera de su equipo nunca cosechó demasiadas simpatías), fue un delantero centro excepcional, para mí el mejor delantero centro que he visto en mi vida. No era veloz. No era potente. Apenas regateaba. Era zurdo. Pero no cerrado, cerradísimo. La pierna derecha la utilizaba sobre todo para sujetarse en pie. ¿Y entonces, qué tenía? Tenía gol. Hugo Sánchez era el gol. Tenía una inteligencia táctica inigualable, que le hacía estar siempre en el lugar y el momento adecuado. El don de la oportunidad. Cualquier balón que quedaba suelto dentro del área era gol si Hugo estaba por allí cerca. Y solía estar cerca, muy cerca. Sus movimientos de desmarque y de arrastre de toda una defensa sentaron cátedra. Hugo era capaz de abrir un pasillo entre cuatro rivales, sólo haciendo movimientos zigzagueantes, por el que entraba cualquiera de sus compañeros con pase libre hasta la portería. Otras muchas veces, como contra el Logroñés, se fabricaba él mismo el espacio suficiente para culminar en gol cualquier jugada de ataque de su equipo. Y tenía remate. Remataba de cabeza, remataba con el pie, sobre todo con el izquierdo, remataba con el muslo, con el tacón, con la cadera… y hasta con el pecho. Precisamente al Logroñés, en Las Gaunas, le hizo un gol con el pecho. Y no fue el único que marcó en su carrera de esa manera. En la temporada 1989/90 consiguió 38 goles, igualando el récord del mítico Zarra, que fue superado el año pasado por Leo Messi. El mérito de Hugo fue hacer esos 38 goles al primer toque. Puro remate.

Ha habido grandísimos delanteros en la Liga española. Podríamos pasar horas mencionándolos, de todos los tamaños, colores, y en todos los equipos. Hoy en día disfrutamos de dos monstruos, dos de los mejores futbolistas que jamás han jugado en nuestro país, que rompen registros goleadores cada semana. Messi y Ronaldo. Son diferentes entre sí, y también lo son con respecto a Hugo Sánchez. Messi es la magia, la habilidad, la técnica… Cristiano es técnica también, pero sobre todo potencia y velocidad. Hugo no fue excesivamente técnico, ni tampoco excesivamente potente ni veloz. Pero se hinchó a meter goles, aprovechando al máximo sus cualidades, en un fútbol también, por qué no decirlo, más difícil e igualado. Las diferencias entre los equipos de hace veinticinco años eran mínimas si las comparamos a las existentes hoy entre Barcelona, Real Madrid y el resto de los equipos. Los campos de fútbol no estaban tan cuidados como lo están en la actualidad, y la técnica no desequilibraba tanto como ahora. Eran otros tiempos, otros métodos de trabajo, y otras condiciones. Era otro fútbol, y no es comparable. Por eso para mí, por muchos y geniales delanteros que he visto desfilar por nuestros campos, a los que hay que reconocerles también todo su mérito, el delantero centro será siempre Hugo Sánchez. Además, era el delantero de mi equipo, y sus goles los viví de una manera muy especial.