21 de diciembre de 2011

LA MALDICIÓN COPERA DE LA REAL SOCIEDAD


Me ha llamado la atención un apunte que refleja el diario Marca, sobre la eliminatoria de Copa entre la Real Sociedad y el Granada, que el equipo donostiarra tiene prácticamente asegurada, después del 4-1 conseguido en Anoeta hace unos días. La nota dice que la Real lleva nada menos que ¡23 años! sin eliminar de la Copa del Rey a un equipo de Primera División. Es un dato que posiblemente conozcan bien los seguidores del equipo donostiarra, pero que para la inmensa mayoría de los aficionados pasará desapercibido.


La última vez fue en 1988, en semifinales, contra el Real Madrid. Recuerdo aquel partido perfectamente. Lo retransmitía ETB-1, y lo ví, claro, en la vieja Telefunken en blanco y negro, con todas las dificultades del mundo, porque la tele sólo tenía dos botones "UHF y VHF", y para cambiar de canal había que sintonizar el dial, como en las radios antiguas. Por si fuera poco, la narración era en euskera, con lo que apenas sí entendía los nombres de los jugadores y una palabra que me martilleó toda la noche: "gola". En la ida, en el viejo Atotxa, la Real Sociedad había ganado por 1-0, con gol de José Mari Bakero. Quince días después, en el Santiago Bernabéu, se decidiría el primer finalista de aquella edición de la Copa. El segundo saldría de la eliminatoria entre Osasuna y Barcelona, que se llevaría el equipo catalán, y posteriormente sería Campeón. En el partido jugado en Chamartín el 18 de Febrero de 1988, el Madrid de la Quinta del Buitre, que por entonces pasaba por ser posiblemente el mejor equipo de Europa, partía como favorito, y parecía posible que el 1-0 de Atotxa sería remontado por el equipo de Beenhakker. Un mes antes, en partido de Liga, el Madrid había derrotado por 1-0 a la Real, con un inolvidable gol de Butragueño, repetido después en televisión cientos de veces, que rebotó en los dos postes de la portería de Arconada, antes de alojarse en la red. No obstante, enfrente estaba la Real Sociedad, vigente Campeón de la Copa, en 1987, y que en Liga estaba completando una de las mejores actuaciones de los últimos años. Terminaría segunda, a once puntos del Real Madrid. El entrenador era John Benjamin Toshack, que cumplía su segunda temporada al frente del equipo txuri urdin. 

En una noche heladora, el Bernabéu se congeló con el juego de la Real Sociedad. Después de un gol de Butragueño anulado por Enríquez Negreira, fueron cayendo uno tras otro los goles de lado blanquiazul. Alberto Górriz hizo el primero, a los cincuenta y tres minutos, y apenas un cuarto de hora después, Bakero y Txiki Beguiristain ya habían puesto un cómodo 0-3 en el marcador, que sentenciaba la eliminatoria. De nuevo Bakero, a falta de veinte minutos para el final, hizo el 0-4, para redondear una actuación memorable. En la final, que se disputaría precisamente en el Bernabéu, esperaba ya el Barcelona, que se había deshecho sin dificultades por 3-0 de Osasuna en el Camp Nou. 

Alexanko bate a Arconada en la final de Copa de 1988
Ganaría la Copa el Barça, con un gol de Alexanko, en un momento especialmente incómodo para el club, después del “Motín del Hesperia”, que había supuesto una revolución dentro del vestuario azulgrana, poniendo a la plantilla en contra de la Junta Directiva por unos asuntos relacionados con las retenciones practicadas en los contratos de los futbolistas por los derechos de imagen. Luis Aragonés, entrenador por entonces del Barcelona, se posicionó de parte de los futbolistas, y la final de Copa sería uno de sus últimos partidos en la entidad culé. Como también lo fue en la Real Sociedad para tres futbolistas que habían sido la columna vertebral del exitoso equipo de Toshack: López Rekarte, Txiki Beguiristain y José Mari Bakero, que ese verano harían las maletas rumbo al Camp Nou, fichados por el recién llegado Johan Cruyff. Los cuatro terminaron haciendo Historia en Barcelona. 

Plantilla de la Real Sociedad 1981/82, Campeón de Liga
La salida de los tres jugadores, unido a la inminente retirada de otros mitos realistas, como Jesús Mari Zamora o Luis Miguel Arconada, y la despedida en las últimas temporadas de jugadores como López Ufarte o Satrústegui, anunciaban el adiós de una generación extraordinaria, que se había iniciado a principios de los 80, ganando dos Ligas (1981 y 1982) y había completado una inolvidable década, ganando la Copa del Rey en 1987, en La Romareda de Zaragoza contra el Atlético de Madrid, y siendo subcampeón en 1988, contra el Barça.


Pero a partir de aquel partido, la Real inició su particular maldición Copera, y así, en los últimos 23 años, no ha sido capaz de superar ni una sola eliminatoria contra un Primera División. Los datos son aún más demoledores comprobando que, en esos 23 años, sólo en dos ocasiones superó la barrera de los octavos de final. En la temporada 1989-90, llegó a cuartos, donde le eliminó el Barcelona. Y en la 1992-93, fue el Real Madrid quien le apeó, también en la misma eliminatoria. Curiosamente, en ambas ocasiones sus verdugos terminarían ganando la Copa. En el resto de ediciones, la Real sólo ha conseguido alcanzar los octavos de final en cuatro ocasiones, y en las demás cayó eliminada en las rondas preliminares. Ha caído ante Primeras, como Sporting, Logroñés, Sevilla, Betis, Atlético de Madrid, Osasuna o Zaragoza, pero también lo ha hecho contra equipos como Numancia (en la histórica temporada del equipo soriano en 1996, que estuvo a punto de eliminar al Barcelona), Beasain, Zamora o Mirandés. La temporada pasada se midió en dieciseisavos de final al Almería, en su último enfrentamiento contra un Primera. Tanto en Anoeta como en Almería, los andaluces ganaron, por 2-3 y 2-1. Fue el penúltimo capítulo de una extraña maldición que puede romperse esta noche, en el Estadio de Los Cármenes, si la Real Sociedad elimina al Granada. Si lo consigue, habrá puesto punto y final al gafe que le persigue desde aquella noche de 1988, cuando escribió en el Santiago Bernabéu una de las páginas más brillantes de su Historia.

25 de noviembre de 2011

ÁRBITROS = PERSONAS


Hace pocas semanas escribí acerca de la “deshumanización” en el fútbol, al hilo de las situaciones de estrés y depresión que sufren muchos futbolistas profesionales. El circo mediático en que se ha convertido el fútbol en las últimas décadas, y la cantidad de personajes que viven (muy bien) alrededor de él, elevan la exigencia de los actores principales hasta límites insoportables. Todo son intereses concretos, y los resultados de un club o la marcha de una competición concreta puede hacer ganar o perder sumas multimillonarias a los tragones que cada vez en más número pululan alrededor de unos futbolistas a quienes sólo utilizan como medio para conseguir sus objetivos. Su presión es altísima, hay muchos intereses en juego, sobre todo para quienes contratan y pagan los millonarios emolumentos que reciben los futbolistas a cambio de sacrificarse física y mentalmente. Dentro de este circo, están también, porque han de estar, los árbitros, con la diferencia de que estos no salen tan beneficiados, más bien todo lo contrario.

Babak Rafati
La pasada semana, un árbitro de la Liga alemana, Babak Rafati, intentó quitarse la vida en la habitación de un hotel, sólo unas horas antes de pitar un partido entre el Colonia y el Mainz. Rafati ha tenido el dudoso honor de ser elegido durante tres temporadas como “el peor árbitro de la Bundesliga”, en un sondeo que una revista especializada hace cada temporada entre los futbolistas de la Liga alemana. La encuesta tiene miga en sí, puesto que, se tome como se tome, no deja de ser un acto humillante para cualquier persona. Que te elijan el mejor en algo, hay quien lo lleva muy bien, y otros no tanto. Pero que te elijan el peor, no puede llevarlo bien nadie. Mejor harían en evitar este tipo de cosas, que lo único que puede dar lugar es a acciones como la que desgraciadamente protagonizó Rafati, harto de ser vejado por sus propios compañeros de profesión (todos, futbolistas, entrenadores, árbitros, etc. se dedican a lo mismo, por lo tanto, pueden considerarse compañeros de profesión). El árbitro ha declarado que intentó suicidarse por miedo a cometer errores, y por la presión de los medios de comunicación. Los árbitros son siempre sospechosos, y rara vez dejan contento a nadie. Se les tacha de vagos, de jetas, o de vendidos, cuando no salen a relucir sus madres. Qué pocas veces sospechamos del delantero que falla un gol cantado, del portero que tiene las manos de mantequilla, del medio que no da un pase a dos metros, o del entrenador que hace unos cambios inexplicables. ¿No podrían estar ellos también vendidos? Pues no. Ni unos, ni otros.

En demasiadas ocasiones utilizamos los tópicos de siempre con los árbitros, para intentar ser algo benévolos con ellos. Que si es imposible que puedan acertar en todo, que si con veinte repeticiones de televisión no nos ponemos de acuerdo, cómo van a hacerlo ellos en décimas de segundo, que si los jugadores no ayudan, que si la prensa les mete demasiada caña y apenas valora su trabajo cuando está bien hecho, que suele ser casi siempre, por otra parte…

Pero no hace falta darle demasiadas vueltas. Basta con volver a la visión más humana del fútbol, y pensar que los árbitros son personas, con su familia, sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus amigos… Tienen su vida privada, llena de ilusiones y dificultades, como todos los demás. Su hipoteca, sus facturas de luz, de agua y de teléfono. Sus jornadas de trabajo, sus discusiones con sus parejas y sus vacaciones en el mar. Y sus días libres paseando con la familia, visitando a los familiares y amigos del pueblo donde pasaron su infancia, y sus partidas de mus. Personas, como el resto, que se equivocan, como todo el mundo. Faltaría más. Y el hecho de ser árbitros profesionales no les exime de lo más elemental y más primitivo del ser humano: el error. 

Anders Frisk, agredido en Roma en 2004
Tan sencillo como eso. Los árbitros se equivocan, porque son personas, no máquinas. Y, salvo excepciones, que las hay y seguirá habiendo, se equivocan con honestidad, unas veces porque no lo vieron, y otras porque les pareció lo que no era. Tenemos que empezar a verles de esa manera, y proteger y valorar su trabajo, porque sin árbitros no hay fútbol. Alguien tiene que dar el pitido inicial en cada partido. Sin ese pitido, el partido nunca empezará. Unas veces sus errores nos perjudicarán, y otras quizás nos beneficien. Pero tenemos que verles como lo que son, una parte más del juego, y unos compañeros de profesión. Ellos aman al fútbol tanto o más como los propios jugadores, entrenadores o profesionales de este deporte. Su sacrificio de cada semana así lo demuestra, y quienes amamos al fútbol tanto como ellos, tenemos que ser conscientes de esto, y apoyarles en su tarea como lo hacemos con el resto de estamentos. Quizás de esa manera incluso podamos conseguir que salten al terreno de juego menos pendientes de equivocarse, y sus errores no sean tantos como nos parecen.

22 de noviembre de 2011

SÁLVESE QUIEN PUEDA


Sigue coleando el paraguazo al asistente Xavi Aguilar, en el Granada – Mallorca del pasado Domingo. En tres días hemos conocido tres versiones de los hechos diferentes, y aún no está claro si la agresión fue intencionada o no.

Las primeras impresiones, el mismo Domingo después de que Clos Gómez suspendiese el partido, apuntaban a una agresión de un aficionado sin identificar, que había lanzado desde la grada un paraguas contra el asistente, impactando en su cara y produciéndole una herida de escasa gravedad, pero suficiente para que los jugadores fuesen enviados a la caseta por el árbitro del partido. Al día siguiente, con el autor del lanzamiento del paraguas ya identificado, salió a la luz la segunda versión, que decía que un joven de quince años, marroquí, interno en un centro de protección de menores granadino, había sido el causante de todo el asunto, pero de manera totalmente involuntaria, ya que el paraguas salió despedido, desprendiéndose de una de sus partes, al hacer el chaval un gesto brusco para señalar al asistente, en lo que, según aseguraron, había sido una acción totalmente fortuita y accidental. Eso es lo que dijeron la Junta de Andalucía y el Granada C.F., supongo que en un intento de suavizar el encrespado ambiente, y evitar una sanción ejemplar contra el club andaluz.


Esta misma mañana, el Jefe de la Policía Nacional de Granada, Antonio Bellido, ha dado la tercera versión de los hechos, que contradice la que ayer argumentaron la Junta de Andalucía y el Granada. Según el Jefe de la Policía, el paraguas entregado a su departamento estaba cerrado y completo, sin signos de haberse fracturado por ningún sitio, y con todas sus piezas. Además, aporta otro dato, y es que parece ser que el joven que terminó por lanzar (accidentalmente o no) su paraguas contra el asistente, había lanzado al campo anteriormente varias piezas de fruta, se supone que estas sí, con intencionalidad.

Vivimos en el país del pillaje, y aquí todo vale cuando se trata de evitar que nos rasquen el bolsillo. Supongo (todo son suposiciones), que el Granada C.F. movilizó, desde el mismo momento de la suspensión del partido, a todo su aparato jurídico e institucional, tratando de evitar una sanción que puede ser bastante elevada. Vale incluso poner de tu parte a la Junta de Andalucía, para que avale la hipótesis del accidente y la casualidad. Esta, además es titular del centro de protección de menores en el que está interno el chaval, por lo que, directa o indirectamente, también es parte implicada.

Pero los hechos, hechos son, y parece demasiado accidental que un paraguas se rompa precisamente en el momento en el que alguien apunta con él sobre otra persona, con la brusquedad  suficiente para que aquel salga disparado e impacte casualmente en un asistente, que vienen a ser el blanco preferido de algunos aficionados. Accidente hubiese sido que ese paraguas hubiese impactado en un jugador del Granada, el equipo local. Pero el único que pasaba por allí, a diez metros de distancia, era Xavi Aguilar, el asistente, y sobre él cayó el paraguas.  

Es grave el hecho en sí, la acción del chaval. Intencionadamente o no, para futuras ocasiones será mejor que sujete el paraguas con la entrepierna, y señale a quien quiera con la mano, que seguramente no se desprenderá del resto de su cuerpo. Bastará con eso para que no vuelva a ser triste protagonista de una noticia que no beneficia a nadie.

Pero es quizás más grave aún la actitud del Granada y de la Junta de Andalucía, tratando de ocultar lo evidente para evitar una sanción demoledora. Es verdad que la actual normativa quizás debería modificarse en ciertos aspectos. Los clubes, hoy en día, creo que ponen todos los medios para evitar este tipo de situaciones, y ya no son, como lo eran hace unas décadas, cómplices de las fechorías de sus aficionados. En la Liga de Fútbol Profesional, además, los controles en esta materia son estrictos, y todos los clubes han de cumplir unos requisitos indispensables para garantizar la seguridad de todo el mundo en los estadios. Pero existe una normativa, que viene de los años en que los clubes alcahueteaban a sus hinchadas, que castiga al titular del estadio donde se produzca un incidente, sin caer en la cuenta de que, en la mayoría de las ocasiones, los clubes no pueden controlar una por una a las cuarenta mil personas que acceden a sus instalaciones. Es imposible, material y humanamente. Y, por supuesto, el club poca culpa tiene cuando un energúmeno, enfundado en sus colores, comete un acto de violencia, sin preguntar a nadie y actuando por su cuenta.

Esa normativa, que castiga al individuo, pero también al club que lleva su misma camiseta, provoca situaciones muy poco edificantes, como la que esta semana ha protagonizado el Granada, con las declaraciones de su entrenador primero (dijo que no era tan grave, y que el partido podría haberse reanudado con el cuarto árbitro sustituyendo al asistente), y de sus directivos después. La Junta de Andalucía, para remate, avaló al Granada en el sinsentido. 

Es tarea de todos, medios de comunicación, futbolistas, entrenadores, árbitros, directivos… etc, crear una cultura de anti violencia en los campos de fútbol, y protegerse mutuamente unos a otros de situaciones como la de Granada. No vale de nada el proclamado “Fair Play” cuando, después de que ocurre algo como lo del Domingo, cada uno trata de salvar su propio culo sin importarle demasiado en qué situación queda el resto.  Y me da igual que el club en cuestión se llame Granada C.F., que Real Madrid o F.C. Barcelona. Ha habido casos vergonzosos también en estos dos, en los que sus directivos han tratado (y conseguido) tapar la evidencia.

Mientras no nos concienciemos de que el fútbol es una fiesta, en la que todos podemos participar y divertirnos, ganemos o perdamos el partido, seguirá habiendo cafres que de vez en cuando la líen como la lió el otro día en Los Cármenes el chaval marroquí. Pero para que la gente tome conciencia de ello, es necesario que todos los estamentos del fútbol colaboren, no sólo con palabras, sino también con hechos. Creo que los directivos del Granada, y los políticos de la Junta de Andalucía, han perdido esta semana una excelente oportunidad de hacerlo.

15 de noviembre de 2011

BIRI BIRI, LA LEYENDA DEL GOL NORTE DE NERVIÓN


Biri Biri
Cuando Alheji Momodo Njie cogió el avión en el aeropuerto de Copenhague en 1973, con destino a España, venía convencido de firmar su contrato como futbolista profesional por el Real Betis Balompié, que llevaba meses siguiendo sus pasos en Dinamarca, donde el onubense Juan Ramón Rodríguez entrenaba al Randers Freja. Sin embargo, por causas que nunca han llegado a aclararse del todo, Biri Biri, que así es como terminó siendo conocido el futbolista gambiano, acabó en las oficinas del Ramón Sánchez Pizjuán, fichando por el Sevilla C.F. Se dice que Juan Ramón Rodríguez, sevillista declarado, hizo las gestiones personalmente, en pleno vuelo Copenhague – Madrid, con el directivo del club de Nervión Paco Ramos, y cuando el jugador llegó a España, acompañado por el propio Rodríguez y su entrenador en Dinamarca, Kurt Nielsen, le informaron del cambio de planes. Biri Biri no conocía España, y mucho menos Sevilla ni sus equipos. Él venía para jugar en un equipo de Segunda División, por lo que no debió de resultar demasiado difícil convencerle para cambiar de un lado al otro del Guadalquivir. Y en Segunda División terminó, aunque en el bando contrario. Lo que Biri Biri nunca llegaría a imaginar es que su carisma calaría tan hondo en la siempre agradecida afición sevillista, hasta el punto de que hoy, treinta y cinco años después de su marcha, una peña con su nombre anima cada día de partido en el gol norte del Sánchez Pizjuán, y canta a su ídolo “con el Biri, Biri, Biri…” 

Primera licencia de Biri Biri con el Sevilla
Alheji Momodo Njie nació en Banjul, Gambia, el 30 de Marzo de 1948. Su sueño siempre fue ser futbolista, y se inició en el Augustians, un modestísimo equipo del país africano, en 1965. Cinco años después, el Derby County inglés, entrenado entonces por el mítico Brian Clough, le dio la oportunidad de acceder al fútbol profesional de primer nivel, pero Biri Biri no cuajó, y tuvo que volverse a Banjul, donde se enroló en el Wallidan, de la Primera División. Después de dos temporadas, surgió la oportunidad de volar de nuevo a Europa, aunque en esta ocasión sería a Dinamarca, un país en el que, por aquella época, aún no estaba permitido el profesionalismo, motivo por el cual Biri Biri tuvo bastantes problemas para jugar en sus primeros meses en el Boldklubben 1901. Una vez solucionados los problemas burocráticos, durante la temporada 1972 – 1973 pudo explotar su verdadero potencial en la competición danesa, ayudó a su equipo a ganar la Copa de Dinamarca, y su nombre empezó a sonar en equipos de las principales ligas europeas. Uno de los que más interés puso fue el Betis, y el resto de la historia, hasta llegar al Sevilla, ya la conocemos.

En un Sevilla - Betis, saltando con el portero bético, Esnaola
Así que el gambiano llegó al Sánchez Pizjuán para intentar el ascenso a Primera en un club que llevaba dos años sumido en una grave crisis institucional y deportiva. La primera temporada, 1973-74, Biri completó un curso extraño, con demasiados altibajos, y situaciones extradeportivas que le granjearon no pocas críticas y recelos de los sectores más intransigentes de la afición. Por motivos familiares, tuvo que realizar numerosos viajes a su país, y entre vuelo y vuelo perdió muchas sesiones de entrenamiento, y unos cuantos partidos. Sin embargo, cuando Biri Biri se enfundaba la vestimenta blanca inmaculada del Sevilla, su piel negra como el carbón hacía un exótico contraste que pronto empezó a cautivar a la hinchada. Un tipo singular, negro como pocos negros se veían en aquella época por los campos de fútbol españoles, con una sonrisa dibujada en sus labios que siempre invitaba al optimismo, y unos movimientos ágiles y veloces, que hacían del gambiano un jugador atractivo a los ojos del aficionado sevillista. Dicen quienes le vieron jugar que Biri Biri no fue un excelente goleador, ni tenía una técnica exquisita, ni siquiera su potencial físico era tan impresionante como para no haberlo visto antes en otros jugadores, pero Alheji tenía algo que nadie que hubiese venido de un país que ni siquiera muchos sabían colocar en un mapamundi había mostrado en nuestro fútbol. Tenía carisma, mucho carisma, y quizás por eso fue por lo que desde el principio ocupó un lugar privilegiado en los corazones de los aficionados sevillistas. Una afición que siempre ha demostrado una especial predilección por los futbolistas llegados desde lejos, como Anton Polster, Davor Suker, Diego Armando Maradona, Pablo Simeone, Iván Zamorano, Dani Alves, Frederic Kanouté, Luis Fabiano…  Con el paso de los años, un escocés, Ted McMinn, recaló en el Sánchez Pizjuán, fichado por el técnico Jock Wallace. McMinn no pasará a la historia del Sevilla como uno de los mejores futbolistas que pisaron Nervión, ni siquiera de los menos mejores, pero sí lo hará como un tipo que supo ganarse a la afición a base de esfuerzo y entrega en las escasas ocasiones que tuvo de lucir la camiseta sevillista, y sobre todo con mucha simpatía, algo que caracteriza a todos los sevillanos. Fiel a su tradición de evitar los nombres impronunciables de sus ídolos extranjeros, los aficionados rebautizaron a McMinn como “Manolín”, y así se quedó para siempre. Algo parecido ocurriría años después con uno de los mejores porteros de la Historia, fichado a finales de 1988, el ruso Rinat Dassaev, al que la grada terminó por llamar “Rafaé”, ante las dificultades que el acento andaluz les planteaba para pronunciar correctamente el apellido del meta tártaro. Dassaev no sólo caló hondo entre la afición sevillista, sino que las malas lenguas aseguran que su célebre afición al vodka (desde sus tiempos del Spartak de Moscú) derivó en otra que terminó siendo no menos conocida, en este caso a la manzanilla andaluza. Rinat Dassaev conoció a una sevillana en su etapa en Nervión, con la que, después de retirarse, se fue a vivir a Moscú, dejando en la ciudad del Guadalquivir a su esposa con sus dos hijas.

Biri Biri en acción
Volviendo con Biri Biri, y aterrizando por enésima vez en el aeropuerto de San Pablo, procedente de Banjul vía Madrid, estamos en la temporada 1974-75, la que realmente consagraría al gambiano como uno de los mayores ídolos del sevillismo para siempre. Con hombres como “Super” Paco en la portería, Fleitas, Montero, Enrique Loira, Víctor Espárrago o Pablo Blanco, y el argentino Roque Olsen al mando de la plantilla, el Sevilla echó el resto en busca del ascenso a Primera, que se resistía desde hacía tres temporadas. Biri Biri completó el mejor de sus cursos deportivos en toda su carrera, contribuyendo con su juego y sus goles al ascenso del cuadro andaluz. En el Sevilla – Cádiz, disputado en el Sánchez Pizjuán el 13 de Octubre de 1974, nació oficialmente la “Peña Biri Biri”, un grupo de aficionados especialmente bullangueros, que se situaban (y siguen haciéndolo treinta y siete años después), en el gol norte del estadio sevillista. El bueno de Biri, siempre generoso y agradecido, dio a su equipo la victoria aquella tarde con un gol que valió dos puntos. Con los años, el nombre de la peña fue variando, y hoy es conocida como “Peña Biris”. La denominación ha cambiado, pero la esencia y la devoción hacia el hombre que inspiró su creación siguen intactas como el primer día.

Su velocidad desbordó muchas defensas
Aquella temporada el Sevilla certificó su ascenso a Primera División en el José Zorrilla de Valladolid. Biri Biri se convirtió en el héroe de la afición, que incluso, después del Sevilla – Rayo Vallecano, en el que Alheji marcó el que fue seguramente gol más bello de su carrera, en un control – vaselina sin dejar caer la pelota al suelo, fue llevado a hombros por la afición desde el estadio hasta su residencia, como si de un torero en tarde grande se tratara, abriendo la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Caballería. Cumplió su sueño de jugar en Primera División con el Sevilla, la siguiente temporada, y tuvo que vérselas con los defensas de la época, como el madridista Goyo Benito, a quien Biri Biri, en uno de sus enfrentamientos, llegó a suplicarle: “Por favor, señor Benito, no me pegue más…” Al término de esa campaña, Biri Biri comenzó de nuevo a estar más pendiente de lo canutas que su familia lo estaba pasando en su país natal, y de nuevo el avión Sevilla – Madrid – Banjul fue su lugar habitual de residencia. La afición, con el recuerdo aún presente de las tardes de buen fútbol que su ídolo les había ofrecido en la temporada del ascenso, fue paciente y muy transigente con el jugador, siempre con la esperanza de que Biri Biri volviese a asentarse en su hogar hispalense, con los cinco sentidos puestos en su trabajo. Pero él, sabedor de que debía aprovechar su carisma, intentó persuadir a la directiva sevillista para intentar una mejora de su contrato. Lejos de acceder a las peticiones del futbolista, le exigieron centrarse en los entrenamientos y los partidos, antes de hablar de renovaciones al alza, lo cual provocó un resentimiento en Biri Biri, que al término de la temporada 1977-78 abandonó Sevilla, para volver a Dinamarca, al Herfolge Boldkluben. En 1981, después de una discreta experiencia en el país nórdico, volvería a Banjul, para quedarse definitivamente. Fichó por el Wallidan, el equipo de sus orígenes, en el que jugaría hasta 1987. Cuando Biri Biri regresó  a su país en 1981, lo hizo siendo toda una personalidad.  Quince años después de empezar a jugar al fútbol en las peladas llanuras africanas, había cumplido el mayor de sus sueños, ser futbolista profesional, siendo además el primer gambiano en conseguirlo. Sus aptitudes técnicas, físicas, y sobre todo personales, lo habían hecho posible, convirtiéndolo en un hombre carismático en cuantos lugares jugó. Ese carisma le haría, años después de su retirada, Ministro de Deportes de Gambia.

Firmando autógrafos en una Peña sevillista
En varias ocasiones, Biri Biri ha vuelto a Sevilla, al Sánchez Pizjuán, para ver jugar al equipo que puso su nombre en la Historia del fútbol, y que situó en el mapa un país que, antes de su fichaje, poca gente sabía exactamente que estaba en África. Hace unos años, intentó que su hijo siguiese sus pasos, trayéndole a prueba, pero el Sevilla finalmente no lo incorporó a sus categorías inferiores. Cuando viene a Nervión, a Biri Biri le gusta ir con su gente, con los hinchas del gol norte, entre los que se mezcla, baila y canta, como uno más. Muchos de los que allí cantan y bailan con él nunca le vieron jugar, la mayoría ni había nacido cuando llegó al aeropuerto de San Pablo aquella tarde de 1973, pero, a través de quienes trajeron la devoción desde aquella época hasta hoy, siguen sintiendo el mismo respeto y el mismo cariño por un hombre que en apenas tres años se metió a toda una ciudad en el bolsillo, y la llevó con él a todas partes para siempre.

11 de noviembre de 2011

LA NOCHE DEL REAL UNIÓN


Con frecuencia, los torneos de eliminatorias nos dejan episodios sorprendentes, que quedan para la Historia del fútbol como hitos conseguidos por equipos humildes, de escasos recursos, frente a los más poderosos del planeta del balón. Algo impensable en otros torneos como la Liga, a treinta y ocho partidos, o las competiciones europeas actuales, en las que se han introducido primeras fases en forma de liguillas con las que la UEFA asegura, por un lado mayor número de partidos, y por tanto mayores ingresos económicos en televisión y publicidades, y por otro la eliminación casi inevitable para las rondas definitivas de aquellos equipos menores que llegaron al torneo para hacer de relleno, engordar la nómina de partidos, y servir como “sparring” a los grandes del continente, que pueden permitirse algún tropezón frente a estos equipos, sabedores de que, al cabo de seis jornadas, la decantación natural dejará a los poderosos arriba y arrastrará a los más humildes al fondo . Es otro, bien diferente, el atractivo de competiciones como la Copa del Rey, jugada a eliminatoria directa desde el principio, y que cada año nos muestra el lado más épico del fútbol, cuando vemos caer a los equipos de la parte alta de Primera División ante otros de categorías muy inferiores, en los que militan jugadores que no ganarían en siete carreras deportivas lo que un jugador de aquellos clubes ingresa en un solo mes. Equipos que entrenan tres o cuatro días  a la semana, en condiciones mucho más austeras que los “grandes”, y que los domingos disputan sus partidos, si hay suerte en terrenos de juego más o menos acondicionados, ante no más de unos pocos centenares de aficionados. El fútbol – deporte, cargado de romanticismo y estrecheces, contra el fútbol – espectáculo, con todas sus luces, sus cámaras… y su acción.

Real Unión Campeón de España 1918
Es el caso de la eliminatoria de dieciseisavos de final de la Copa del Rey 2008/2009, que enfrentó a dos clubes con solera e Historia, el Real Unión de Irún y el Real Madrid. Porque el Real Unión es también uno de los grandes del fútbol español, a pesar de que hace ya muchas décadas que desapareció de la escena principal, para bajar a categorías menores, en las que se ha mantenido en los últimos setenta años. Pero cabe recordar que el club irundarra fue uno de los integrantes de la Primera División en 1928, categoría en la que se mantuvo hasta 1932, para ya nunca más regresar. Ese privilegio de formar parte de la primera edición de la Liga le fue concedido por la Federación Española de Fútbol al ser uno de los seis equipos (junto a F.C. Barcelona, Real Madrid, Arenas de Guetxo, Real Sociedad y Athletic de Bilbao) que habían conseguido hasta 1928 ser Campeones de la Copa de España (hoy Copa del Rey).  El Real Unión lo había sido en 1913, 1918, 1924 y 1927. Por tanto, estamos hablando de un club cuatro veces Campeón de España, que además en aquella época aportaba unos cuantos jugadores a la selección española.

Sin embargo, cuando disputó la eliminatoria de Copa en 2008, contra el Real Madrid, el Real Unión militaba en 2ª División B, y hacía nada menos que cuarenta y tres años de su última participación en 2ª División, allá por 1965. Su estadio, el “Stadium Gal”, seguía siendo el mismo que cuando jugó en Primera en 1928. Con una remodelación por medio acometida en 1997, el Gal siempre rezumó el aroma del fútbol de la época de los Gamborena, Elícegui, Luis Regueiro, Arabolaza (autor del primer gol en la Historia de la selección española), René Petit o Juan Emery (el abuelo del actual entrenador del Valencia). Era, por tanto, un gran club, con un pasado resplandeciente, pero venido a mucho menos. En ese mismo campo donde aquellas estrellas de tiempos mejores sellaron su inmortalidad con sudor y mucho barro, terminó su carrera deportiva un 30 de Octubre de 2008 el joven Rubén De la Red, prometedor futbolista del Real Madrid, que había sido Campeón de la Eurocopa con España sólo unos meses antes. Ese dia, el Real Madrid se vio superado por un impetuoso Real Unión, que evocó a todos sus héroes pretéritos para derrotar al equipo merengue por 3-2. No era la primera vez que los irundarras aguaban la Copa al Madrid. En 1918 y 1924 ya le ganaron sendas finales, en Chamartín y Atocha respectivamente, por 2-0 y 1-0. Pero esta vez la eliminatoria no se decidía a un partido, sino que había vuelta, y sería en el Santiago Bernabéu. Lo mejor estaba por llegar.

Alineación del Real Unión en el Bernabéu
El Real Unión se presentó el 11 de Noviembre de 2008 en el Santiago Bernabéu, con su aura de equipo histórico, trayendo a la memoria colectiva tiempos en los que el fútbol era de otra manera. En realidad, el partido parecía como si lo fuesen a jugar los entusiastas Emery, Petit, Elícegui… de nuevo vestidos de corto, ochenta años después, plantando cara al todopoderoso Real Madrid, que en sus tiempos no lo era tanto, sino uno más del montón. La grandeza le vino años después, cuando el Real Unión ya deambulaba entre la Tercera y la Segunda División. El escenario del choque, pese a estar emplazado a escasos cien metros de Chamartín, donde en 1918 el Real Unión le había ganado al Madrid (que aún no era Real) una Copa, también se había magnificado con el paso de los años. Vio ganar a su propietario infinidad de Ligas, Copas, y competiciones internacionales. Por su césped desfilaron las mejores estrellas del fútbol mundial de todos los tiempos, y en él se habían jugado hasta tres finales de la Copa de Europa. Hasta el Papa Juan Pablo II estuvo de visita a principios de los ochenta. España se había proclamado Campeona de la Eurocopa en 1964 entre los graderíos que aquella tarde apretujaron a más de cien mil personas, y un tal Paolo Rossi le había dado a Italia el Campeonato del Mundo una calurosa tarde del mes de Julio de 1982, en la misma portería en la que, veintiséis años después, el Real Unión iba a escribir la penúltima página de su Historia más gloriosa.


Alegría incontrolada después del 4-3
El partido está aún fresco en la memoria de todos los aficionados, madridistas y unionistas. Tengo que confesar que, madridista desde que nací, me supo mal la eliminación como es lógico, pero también admito que la padecí con aire de contradicción, sabedor de que aquello era un episodio histórico para ambos clubes, sobre todo para el Real Unión. Eliminar a un grande puede estar al alcance de cualquiera, como hemos visto en otras muchas ocasiones, pero hacerlo en su estadio, un escenario tan cargado de épica como el Bernabéu, en un momento en el que el Madrid tenía la eliminatoria a su favor, y además en el último minuto de partido, cuando ya no había tiempo ni lugar para la reacción, es algo que queda en la memoria para siempre, y que ayuda a mitificar aun más si cabe este deporte. El mito en este caso será para siempre Eneko Romo, el hombre que hizo el 4-3 que ponía a su equipo en la siguiente ronda de la Copa, y dejaba al Real Madrid con cara de póker ante su parroquia. Eduard, Larraínzar, Berruet, Iglesias, Gurrutxaga, Manu García, Behobide, Salcedo, Juan, Seguro, Eneko Romo, Aitor, Abasolo y Goikoetxea, dirigidos por Iñaki Alonso desde el banquillo, fueron los hombres que grabaron su nombre con letras de oro en la Historia del Real Unión, junto a los de aquellos hombres de los años del barro y los balones de costuras, que iniciaron la leyenda de un club casi centenario hace ya muchas décadas, pero que volvieron a estar presentes, ochenta años después, cuando su equipo, manejado ahora por otros más jóvenes, volvió a estar presente en todas las portadas.


Manu García conversa con Raúl durante el partido
Uno de los hombres que defendieron la camiseta del Real Unión aquella noche, que jugó el partido completo y dio dos asistencias de gol, es Manu García, actual jugador de la Unión Deportiva Logroñés, en 2ªB, y con quien coincido cada mañana en la colonia de Albelda, donde entrena el equipo en el que ambos trabajamos, él como futbolista, y yo como utillero. Manu podrá presumir para siempre de haber participado en una de las eliminatorias que quedarán para la Historia de la Copa del Rey, y de haber sido protagonista directo de la gesta de su equipo. Más satisfacción, si cabe, porque a Manu, por decirlo de alguna manera suave, no le cae bien el Madrid, y eliminarle, en su casa además, fue para él un gustazo que pocas veces podrá repetir sobre un terreno de juego. En aquella ocasión fue, además, sobre el mismo césped sobre el que han jugado los futbolistas más laureados de la Historia, sin excepción.

7 de noviembre de 2011

LA "DESHUMANIZACIÓN" DEL FÚTBOL


John Carlin
Al hilo de un enlace publicado por mi amigo Asier Ormazabal (futbolista de la U.D. Logroñés, equipo en el que actualmente ejerzo funciones de utillero) en su “facebook”, referente a un interesante artículo en El País del periodista y escritor John Carlin, en el que habla sobre las extremas condiciones psicológicas a las que se enfrenta hoy en día un futbolista profesional, he vuelto a reflexionar estos días acerca de la “deshumanización” que ha sufrido el fútbol, principalmente en el ámbito profesional, en los últimos años.

Carlin ilustra su artículo con el ejemplo de Robert Enke, portero alemán que jugó un año en el F.C. Barcelona, llegado del Benfica portugués, y que tras un discreto paso por Can Barça jugó unos meses en el Fenerbahce turco, para después aterrizar en el Tenerife, y posteriormente volver a Alemania para jugar en el Hannover. Fue internacional con la “Maanschaft”, tres veces campeona del mundo. No, Robert Enke no era un cualquiera en el mundo del fútbol. Pero su vida personal no fue tan exitosa, y a sus pequeños problemas matrimoniales se unió la pérdida de su pequeña de dos años, en 2006, víctima de una enfermedad. Lo personal, como debe ser lógico en un ser humano, fue más poderoso que lo profesional, y Robert Enke cayó en una profunda depresión que le llevó, en 2009, a quitarse la vida arrojándose al paso de una locomotora en Alemania.

Robert Enke
La mediatización del fútbol profesional actual, en el que todo sucede bajo focos, cámaras y micrófonos, elevó desde hace unos años a los futbolistas al estatus de súper estrellas mediáticas, personajes cuya actividad les convierte, a ojos de los millones de aficionados, en seres de otra esfera, alejados del mundo real, como llegados de otro planeta. La fama del futbolista es el resultado de horas y horas de fútbol, en radio, prensa escrita y televisión, multiplicadas por muchísimos millones, los que engordan las cuentas corrientes de los futbolistas. En una sociedad como la que vivimos, tan pendiente del capital propio, y mucho más del ajeno, una persona con unos ingresos anuales como los que hoy en día obtiene un futbolista de élite es considerada una deidad, muy por encima de sus virtudes humanas o ya ni eso, como deportista siquiera. La vida de lujo que un futbolista de alto nivel puede permitirse se estima una cualidad mucho más elevada que sus propias habilidades personales o profesionales. Un proceso de retroalimentación en el que el futbolista, cuanto más dinero gana, más mediático es, y por tanto más dinero sigue ingresando. Es el primer paso hacia la “deshumanización” del fútbol, porque a cambio de esa fama y esa vida más que acomodada, los futbolistas han de pagar un canon en ocasiones tan elevado como los beneficios que obtienen. Una vida apartada del mundo real, sin contacto con el ser humano medio, y sometidos a una presión brutal, la presión que indica que el círculo dinero – mediatización – más dinero, sólo puede mantenerse soportando situaciones que, psicológicamente, llegan a ser insoportables en muchas ocasiones. 

Obviamos que los futbolistas profesionales, sean de primer o de primerísimo nivel, son antes que nada personas, seres humanos, iguales al resto de los mortales, con su vida, su familia, sus intimidades, sus aciertos, sus errores… Como tú y como yo. El primer error es tratarles como lo que no son. Tienen ciertas habilidades técnicas que admiramos, por supuesto, y capacidades físicas muy especiales, al alcance de cualquier persona que dedique el mismo tiempo de entrenamiento que ellos.  Pero también hay médicos, científicos, investigadores… etc., que han hecho mucho más por la humanidad que cualquier futbolista del mundo, y no son esperados a la puerta de un hotel por cientos de personas en busca de una foto, o un autógrafo. Es el eterno error humano, idealizar a unos, cuando el merecimiento es de otros. Es curioso que sea precisamente dentro del núcleo del fútbol, es decir, entre los propios profesionales, donde más claro se tenga este aspecto. Me sorprende cuando se habla de la humildad de ciertos profesionales, de su llana manera de ser. No podía ser de otra manera, pienso yo. Salvo excepciones, la inmensa mayoría de los futbolistas idolatrados saben muy bien cuál es su papel dentro de la sociedad, y son conscientes de que en realidad son sólo deportistas al servicio del espectáculo, sólo eso, pero que hay personalidades dentro del mundo de la cultura, de la sanidad, de la investigación, de la educación o de la ciencia, que han aportado mucho más al ser humano de lo que aportan ellos mismos. Es así, y no les duelen prendas en reconocerlo. Por eso me llama siempre la atención lo de la “humildad” del futbolista. ¿Qué otra cosa podría tener una persona que, salvo porque sabe manejar una pelota de fútbol con sus pies como si lo hiciese con las manos, no tiene ningún otro aspecto que le diferencie del resto de los mortales? Dicho esto, considero al fútbol el deporte más bello, que además me ha forjado como persona, y forma parte de mi vida, y que sociológicamente tiene un impacto extraordinario. Pero sólo eso. Por suerte, en la vida hay muchas más cosas que fútbol.

Hace un par de meses la selección española llegó a Logroño para jugar contra Liechtenstein. Los campeones del mundo, con Del Bosque, Villa, Casillas, Alonso, Iniesta, Xavi, Cesc, Sergio Ramos… todos. Tuve ocasión de hablar con muchos de ellos, pues aquellos dos días estuve como auxiliar en el túnel de vestuarios de Las Gaunas, y no noté en ninguno una habilidad humana especial que no haya visto antes en otras personas. Muy educados, muy amables, como cualquier empleado del catering que les sirvió la merienda, vaya, y que cobra en un mes la mitad de lo que los futbolistas cobraron por jugar aquel partido.  Me parecieron chicos altos, atléticos, guapos y educados, pero nada más eso. Los chicos de la U.D. Logroñés con los que trato a diario también son altos, atléticos, guapos y educados, ganan mucho menos dinero, eso sí, pero por eso no son para mí menos que los de la selección, todo lo contrario. La diferencia entre unos y otros es que los de mi equipo pueden salir cualquier tarde por Logroño a pasear, a hacer la compra de la semana o a tomarse un café, mientras los de “la roja” eso hace muchísimos años les fue privado, bajo amenaza de ser secuestrados por una legión de fans, abordados por un periodista curioso, o fotografiados con morbo por un paparazzi inoportuno. Nunca entendí el fenómeno fan, aunque no culpo a los aficionados de su manera de actuar. A fin de cuentas, el fan actúa conforme a lo que recibe a través de los medios de comunicación. Si los medios no dan bola, el fan no actúa. Cualquier persona que sea mediatizada hoy, es susceptible de ser abordada mañana por un fan en cualquier rincón del planeta. 

La macro industria en que se ha convertido el fútbol en los últimos treinta años da de comer, y muy bien, a muchísima gente, futbolistas y entrenadores aparte. Es mucha gente la que se mueve alrededor de este circo. Periodistas, intermediarios, profesionales de toda clase, casas de apuestas, empresas públicas y privadas, e incluso directivos, ganan buenas cantidades de dinero, siempre a costa del profesional del fútbol, que es quien termina soportando toda la presión que hace girar la rueda.  A todos ellos les interesa que la pelota no deje de dar vueltas, y están dispuestos a seguir magnificando la profesión del futbolista por encima de otras mucho más eficaces para la sociedad. En ello va también que el circo siga escupiendo dividendos para todos. Pero las luces y los micrófonos caen siempre sobre el futbolista, el entrenador, o el preparador físico de turno, que son quienes hacen el trabajo de campo, para que el resto de personajes que pululan alrededor recojan sus beneficios, sin pensar demasiado en el esfuerzo físico, psicológico y personal que hayan tenido que hacer aquellos. 

¿Es justo por tanto que el futbolista de élite soporte tales presiones a cambio de las multimillonarias sumas de dinero que ingresa cada año? Dicho de otra manera, ¿es justo, como dice John Carlin en su artículo, que las cantidades que un futbolista gana sean excusa suficiente para tratar a estas personas como mera mercancía? Es lo que yo llamo la “deshumanización” del fútbol. Futbolistas que, a ojos de la opinión pública y el aficionado medio, han dejado de ser personas, para convertirse en mecanismos de producción, al servicio de una industria insaciable que devora mitos y personas a un ritmo insoportable.

5 de noviembre de 2011

LA NOCHE QUE TODO CAMBIÓ

Si hay un momento en mi vida que marcó un antes y un después en mi afición al fútbol, se produjo hoy hace justamente 25 años. Ese 5 de Noviembre de 1986, yo era un chaval que jugaba al fútbol con los amigos, en mi pueblo, Casalarreina, cada día después de salir del colegio. Cualquier sitio era bueno para jugar a ser Maradona, Arconada, Zico, o Lineker, que era el hombre del momento. De muy pequeño, jugábamos unos partidos organizadamente desorganizados en el cruce de la calle Alta con la calle Baja (en los pueblos las calles se llaman así), entre dos portones que distaban entre sí apenas veinticinco metros. En esos veinticinco por apenas diez, éramos capaces de jugar un doce contra doce, y mezclarnos chavales de ocho años con mocetes de casi quince. A mi solían colocarme de portero, y mi miedo no era a los balonazos de Jaime o de Javi Gil, que eran dos tíos como castillos. Le daban a la pelota que la descosían. Mi miedo sin embargo no era hacia ellos, sino al dueño del portón que defendía de sus trallazos. Un portón de madera, de tres por tres, que hacía un ruido ensordecedor cada vez que yo era incapaz de evitar el gol, y la pelota rebotaba sobre él con estrépito. El dueño de aquel portón, Félix, aparecía cada día cuando menos lo esperabas, y en aquel momento el partido terminaba súbitamente, sálvese quien pueda, cada uno corriendo hacia donde la calle se le abría. Yo tenía la suerte de vivir a apenas cien metros, y a no ser que Félix me atacase por la retaguardia, para cuando llegaba a su portón yo estaba ya al amparo de mi abuela, que siempre me decía “Ya habéis preparado alguna…”. En aquel “campo” había otro peligro. Se llamaba Rosa, y vivía en la segunda planta de la casona que había entre los dos portones. A Rosa le molestábamos mucho, o eso decía, y su habilidad para desterrarnos de allí consistía en intentar aguarnos la fiesta, literalmente. Salía a la ventana con una palangana llena de agua, y cuando alguno pasábamos por debajo, probaba a hacer blanco. Menos mal que siempre había alguno (sobre todo el portero del equipo que atacaba) que mirábamos el juego con un ojo, y con el otro vigilábamos la inminente aparición de Rosa en su ventana, cargada con su arma líquida. Tantos impedimentos hicieron que optásemos por cambiar de campo, y nos trasladamos a campa de “Las Oes”, con césped natural (hierbajos en realidad) que, sobre todo para quienes jugábamos en la posición de portero era un alivio, pues al menos nuestras “palomitas” terminaban su acrobático vuelo en un terreno más o menos mullido. Además, y como había sitio de sobra, pudimos delimitar el campo de juego, que ya no era tan trapezoide como el del cruce de las calles Alta y Baja. Haciendo pequeños surcos en el suelo de tierra, conseguimos crear un espacio más o menos cuadrangular. Más o menos, digo. Qué desilusión nos causó, apenas dos años después, que a aquella campa llegase antes que a ningún sitio de nuestro pueblo el “boom” del ladrillo, y nos plantasen un chalet unifamiliar justo en medio y mitad de lo que era una de las áreas de penalti por donde corrían nuestros sueños. Eso ocurrió después, pero también había días que la campa estaba húmeda por la lluvia o el hielo, y nos trasladábamos a la calle Crucero, apenas a veinte metros de los portones de Félix y de los cubos de agua de Rosa, pero a salvo de ambos, donde el padre de Toño Llerena tenía su carpintería. Allí no había suelo mullido como en “Las Oes”, pero íbamos al suelo con la misma alegría, para desdicha de nuestros pantalones, y de nuestras sufridas madres que después tenían que remendarlos. Tanto en un caso como en otro, las porterías eran a la antigua usanza, es decir, dos jerseys puestos en el suelo, con una distancia entre ellos que siempre medíamos escrupulosamente en pies, no fuese que una portería tuviese diez centímetros más que la otra, con la ventaja que aquello suponía. Allí no había portones, bueno sí, los de la carpintería, con unos ventanucos de cristal que digo yo, cómo habrán librado durante todo aquel tiempo sin ser arrasados por los balonazos perdidos. La clave creo que estaba en la pelota. Una pelota, propiedad de Toño Llerena, que en realidad no era de fútbol, sino de vóley. Mucho más blanda que las de fútbol, aquella pelota fue nuestra compañera de infancia, y aún hoy la recuerdo con cariño. Supongo que Toño no la conservará, pero si así fuera, me gustaría un día volver a tocarla, y darle un abrazo de viejo amigo.
Eran tiempos felices, sin otra preocupación que no fuese mirar al cielo y rezar para que la lluvia no nos impidiese jugar el partido de cada tarde. En “Las Oes”, en los portones, o en la carpintería de Llerena, nuestro mundo era ese, y ahí fue donde me entró el gusto por lo que hoy es parte de mi forma de vida, el fútbol.
Pero el 5 de Noviembre de 1986 todo iba a cobrar otra dimensión. Yo siempre fui madridista, primero por mi mamá, que lo fue muchos años antes que yo, y también porque en aquel tiempo el Real Madrid lo ganaba casi todo. Sin embargo apenas seguía la actualidad del equipo, y apenas conocía a sus jugadores, a no ser por los álbumes de cromos que tanta vidilla nos daban a finales de cada verano. Claro que, la cobertura mediática del fútbol no era hace veinticinco años ni una cuarta parte de lo que es hoy. Había telediarios en los que no había ni una sola noticia de fútbol, y el único programa especializado era “Estudio Estadio”, los domingos por la noche, que daba los resúmenes de la jornada de Liga, y que yo veía de manera clandestina, una vez se habían ido todos a la cama. Empezaba a las diez de la noche, y solía durar una hora. Mi abuela me pilló desde el primer día, pero se hizo la sueca, y al final ya ni se lo ocultaba. Aquella vieja “Telefunken”, en blanco y negro, con sólo tres botones, (On/Off, UHF y VHF) y dos ruletas (la del dial para buscar canales y la del volumen), y por supuesto sin mando a distancia, pero tan grande que ocupaba medio comedor, y ocupó también la mitad de mi infancia, me inyectó en vena, a través de mis ojos, la pasión por el fútbol, siempre que daban el “Estudio Estadio”, o el partido semanal de Liga los sábados a las ocho de la tarde. No había más fútbol en la tele.
Tan pobre era la cobertura mediática de la época, que aquel partido del 5 de Noviembre de 1986, un Juventus – Real Madrid, de octavos de final de la Copa de Europa, no fue televisado para España. Yo sabía que el Madrid tenía que ganar, empatar, o al menos perder por un solo gol, si quería seguir en la Copa de Europa. Había ganado 1-0 en el partido de ida, en el Bernabéu. Pero Antonio Cabrini hizo el 1-0 para la Juve en el Comunale de Turín ya en el minuto 8, y la eliminatoria estaba igualada. Aquella noche, pegado a la radio, viví el fútbol dentro de mí. La emoción del resultado, la incertidumbre de saberse eliminado en cualquier momento, la esperanza de que Hugo, el Buitre, Valdano… alguno, hiciese un gol y diese a mi equipo el pase de eliminatoria. Pero nada de eso ocurría, y yo seguía pegado a la narración de Gaspar Rosety para Antena 3 Radio (qué voz la de ese hombre, cómo cantaba los goles). A falta de unos minutos para el final, el corazón me dio un vuelco, y estuve a punto de apagar la radio para evitar aquel calvario. Michel Platini tuvo una ocasión tremenda para hacer el 2-0 que hubiese sido definitivo, pero el héroe de la noche empezó a ganarse la gloria. Paco Buyo sacó un balón increíble (o eso dijo a grito pelado Gaspar Rosety, que creo que acumulaba la tensión de los millones de madridistas que le estábamos escuchando) y evitó la eliminación por vez primera. Pasaron los minutos, las horas, y aquello parecía que nunca iba a terminar… y lo que es peor, parecía que si terminaba, lo haría mal. Y llegamos al acto final, que decidiría cual de los dos equipos se mantendría en la lucha por la Copa de Europa, y cual se iría a casa hasta el próximo año… si ganaba la Liga de su país, claro, porque entonces no valía ser segundo o tercero en tu país para ser al año siguiente el mejor de Europa. Entonces había que ser el mejor en tu país para después optar a serlo del continente.
El Madrid se jugaba aquello, y la Juventus también. Y Rosety empezó a narrar la tanda de penaltis. Hugo Sánchez lanzaría el primero. No recuerdo haber visto a Hugo fallar un penalti, pero sí recuerdo haberlo escuchado, de voz de Rosety, en el Comunale de Turín. Stefano Tacconi le paró el primer lanzamiento. El Juventino Brío avanzó hacia la pelota (o eso imaginaba yo en la voz del locutor)… y ¡Buyo detuvo la pelota! El siguiente lanzamiento sería para Emilio Butragueño, que no falló, como tampoco falló Vignola, de la Juve, para dejar de nuevo el marcador igualado. Buyo adivinó y llegó a tocar la pelota, pero no pudo evitar que entrase en la portería. Valdano hizo el 1-2, y Manfredonia se dispuso a igualar de nuevo, pero enfrente tenía un gigante de apenas 179 centímetros, llegado desde Coruña para impactar en mí de forma tan notable que desde aquel preciso momento pasó a ser la persona que más he admirado, a la que en alguna ocasión quise parecerme, y a la que después perdoné todos los errores que sin duda cometió, sólo por aquella noche mágica, en la que me resultó invencible, superior a todo y a todos. Paco Buyo paró el penalti del italiano, y estábamos más cerca de la victoria. Juanito tenía que marcar para seguir con ventaja, y el genio de Fuengirola, todo arte él, le hizo a Tacconi un gol “a lo Panenka”, pero de una forma un poco rara, según dijo Rosety. El caso era que si Favero, el italiano encargado de lanzar el siguiente penalti, no era capaz de batir a Buyo, el Madrid eliminaba a la Juventus. Y Favero, que había visto a Buyo detener dos lanzamientos y adivinar un tercero, incluso desviarlo ligeramente, y consciente de que aquel gigante de sólo 179 centímetros tapaba la portería casi por completo, quiso esquinar tanto la pelota, tanto tantísimo, que la mandó fuera por mucho, muchísimo. Yo no lo vi en directo, pero por la narración del locutor imaginé que la pelota debió de pasar los Alpes, y llegar casi a la frontera con Francia. ¡Fueraaaaaaaaaaaaaaa, Favero fueraaaaaaaaaaaaaaaa, el Madrid clasificado para cuartos de finaaaaaaal! Eran los gritos radiofónicos de un emocionado Gaspar Rosety, que soltó la tensión acumulada durante dos largas horas, y con él lo hicimos el resto de madridistas que heroicamente aguantamos hasta el final aquel sufrimiento. Por encima de todos los héroes, que lo fuimos aquella noche, uno sólo, Francisco Buyo, el hombre que cambió mi manera de vivir el fútbol, y me demostró que no hay que temer a nada, sólo a la falta de confianza en uno mismo.
Pude ver al día siguiente, en el telediario, las imágenes del partido, de la tanda de penaltis, y de las lágrimas al final de José Antonio Camacho, de Butragueño, de Míchel y de Chendo. Y el penalti de Favero, que no había mandado el balón a Francia, como yo había imaginado, porque  apenas sí lo sacó del terreno de juego. Tal era su desconfianza, teniendo a Paco Buyo delante, que pude comprobar cómo le temblaban ligeramente las piernas, y su cara de preocupación, tocándose continuamente el bigote, parecía decir: “Como vaya a puerta, me lo para”. El loco de Betanzos le había parado el penalti, antes incluso de su lanzamiento.