13 de marzo de 2012

MÁGICO GONZÁLEZ CUMPLE 55 AÑOS


Quizás pronunciando el nombre de Jorge Alberto González Barillas nuestros recuerdos permanezcan adormecidos, sin despertar mayor interés en nuestra memoria futbolística que lo que podrían hacerlo otros cientos de nombres de ilustres futbolistas que han sido más conocidos por apodos universales. Sin embargo, evocar la palabra “Mágico” despierta casi de inmediato nuestro subconsciente, y nos hace pronunciar, de seguido y sin pensarlo, el apellido González. Por supuesto, estoy refiriéndome a aficionados al fútbol que hemos sobrepasado la treintena, y que tuvimos la dicha de ver jugar en los campos españoles a un salvadoreño que pasó a la Historia de uno de los clubes más modestos de nuestro fútbol, el Cádiz C.F que, gracias sobre todo a Jorge “Mágico” González, se ganó la simpatía y el cariño de una gran parte de la afición de nuestro país, por su toque exótico y folclórico, y también por su incuestionable calidad técnica, al alcance sólo de los mejores.

Sin duda Mágico González hubiese jugado en un club de los “grandes”, pero simplemente nunca se lo planteó. Su calidad le hubiese bastado para haber desembarcado en cualquiera de los equipos punteros de Europa, pero lo hizo en el puerto de Cádiz, y allí encontró lo que buscaba, un lugar donde divertirse jugando al fútbol, y también cuando salía del terreno de juego.  Porque Jorge siempre se tomó el fútbol como un divertimento, y no como una profesión. Su “hobby” le sirvió para llevar durante años una vida desenfrenada, muy alejada del estándar del futbolista profesional. Era la antítesis del futbolista metrosexual que conocemos hoy en día. Flaco, desgarbado, con el pelo desordenado, medias caídas, narigón y feo, Mágico nunca se preocupó por su aspecto físico, ni por cómo cuidarlo. Entrenaba poco y mal, pero jugaba mejor que nadie. En Cádiz fueron famosas sus salidas nocturnas, en las que compartía copas y baile hasta altas horas de la madrugada con los aficionados que, horas antes, habían vitoreado su nombre después de verle hacer virguerías con el balón en el Ramón de Carranza. Al día siguiente, de buena mañana, el despertador sonaba en su habitación, pero Mágico no lo escuchaba, ni pizca de ganas que tenía. Abría las puertas de los bares y discotecas de Cádiz con la misma facilidad con que desmontaba una defensa de cuatro hombres con tres toques y un par de genialidades. Su afición a la noche le cargó con una fama bien merecida de “poco profesional”, pero su hinchada le perdonaba todo, porque al día siguiente, o a la semana siguiente, Mágico la volvía a liar, y volvía a poner en pie a todos los que le tachaban de vago y dormilón. 

Y lo era, sobre todo dormilón. Jorge tenía una afición al sueño fuera de lo común, y era capaz de dormir más de veinticuatro horas seguidas. En su segunda etapa en el Cádiz, el club tuvo que poner a una persona que se encargara de hacer las veces de despertador, pues el de toda la vida, encima de la mesilla de noche, podía estar sonando durante horas antes de que Mágico lo desconectara. Pero ni con esas pudieron evitar varios episodios bochornosos, en los que directivos del club tuvieron que ir a su habitación para sacarlo de la cama y llevarlo directamente al campo. El más sonoro tuvo lugar en el Trofeo Ramón de Carranza de 1984. El Cádiz se enfrentaba al Barcelona, y Mágico no apareció a la cita a la hora señalada. Para cuando el encargado de sacarle de la cama pudo llevarle al estadio, el equipo blaugrana ya ganaba 0-3. Pero Mágico salió en el segundo tiempo, y marcó dos goles, dio dos asistencias, y el Cádiz ganó al Barça por 4-3. Ese era Mágico. En otra ocasión, el servicio del hotel en el que se hospedaba tuvo que forzar la puerta de su habitación, temiendo que le hubiese ocurrido algo. Cuando entraron, lo encontraron tumbado en su cama, desnudo, y durmiendo como un angelito.

El Cádiz había descendido en 1983 a Segunda, pero Mágico, pese a tener varias ofertas de equipos importantes, decidió quedarse para ayudar a su equipo a volver a la máxima categoría, y también porque sabía que en otro sitio no le harían la vista tan gorda como allí. Después de esa temporada en segunda, desapareció del mapa, y nadie supo donde estuvo. Volvió, pero el Cádiz decidió traspasarlo al Valladolid, harto de las indisciplinas del jugador. El club pucelano intentó reconducir la situación del salvadoreño, pero Jorge no estaba para que nadie le dijera lo que tenía que hacer, así que un año después volvió a Cádiz, donde le recibieron con los brazos abiertos.  De nuevo al calor de su gente, Mágico vivió cinco intensas temporadas, en todos los sentidos. Su fútbol seguía siendo exquisito, pero los excesos comenzaban a hacer estragos en su físico. Parecía el abuelo de todos sus compañeros, medio cojo y renqueante, pero al final siempre sacaba el conejo de su chistera y se convertía en el mejor Maradona de todos los tiempos, vestido de azul y amarillo. Con treinta y cuarto años, y después de una temporada complicada, en la que fue denunciado por una joven por intento de violación, decidió volver a su país, donde jugó aún otros nueve años. Del asunto de la violación no se supo mucho más, pues el caso fue archivado tras indemnizar a la joven que le había denunciado.

Mágico tuvo ocasión de haber pasado al Olimpo del fútbol mundial, pero siempre lo tomó a broma. Pudo haber firmado por el Fútbol Club Barcelona de Maradona, con el que hizo una gira veraniega en 1983, pero el club catalán desestimó su fichaje, después de soportar dos numeritos de Mágico en sendos hoteles, con alcohol y chicas de por medio. Diego Armando Maradona dijo de él que era uno de los diez mejores futbolistas que había visto en su vida, y numerosas personalidades del fútbol mundial reconocieron las cualidades de Mágico… dentro del campo. Porque fuera de él fue un desastre, desde el principio hasta el final. Un final en el que tuvo que hacer de taxista en Estados Unidos, y, cuentan, incluso mendigar por las calles de  Houston. Hoy en día, y después de superar, quizás no del todo, aquella etapa de desenfreno, Mágico forma parte del cuerpo técnico de la selección de El Salvador, donde llegó de la mano del seleccionador Rubén Israel, con la ilusión de clasificar al país centroamericano para el Mundial de Brasil en 2014. Sería la tercera participación de El Salvador en un Mundial. La primera fue en México, en 1970. La segunda, y última hasta hoy, en España 1982, y el principal artífice de su clasificación, y estrella de aquel combinado, Jorge “Mágico” González.

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