Raúl González Blanco, Raúl como le conocemos todos, es un hombre que consiguió entrar en la Historia del fútbol español hace ya muchos años. Idolatrado por unos, denostado por otros, a Raúl no se le puede reprochar prácticamente nada en sus catorce temporadas como profesional en Primera División. Al margen de oscuras leyendas urbanas, que atribuyen a Raúl un peso específico dentro del vestuario madridista fuera de los límites establecidos principalmente por sus detractores, ha sido siempre un futbolista modélico, primero por su rendimiento deportivo, y también por su comportamiento con compañeros, dirigentes, árbitros y rivales, no digamos ya respecto a lo que ha significado para el Real Madrid como equipo y como entidad, cuando el club ha atravesado momentos de zozobra, y en los que él siempre se ha erigido como protagonista resolutivo. Raúl acumula catorce años en la élite del fútbol español, en un club como el madridista, exigido siempre al más difícil todavía, y nunca ha dado las muestras de hastío e irresponsabilidad en las que otros compañeros suyos sí han caído a lo largo del tiempo. Quizás ha podido atravesar una mala racha, una temporada sin apenas goles, pero nunca le ha perdido la cara a la profesionalidad que ha exhibido desde que con 17 años debutó en La Romareda.
Hoy leo en As un artículo que refrenda todas estas afirmaciones, y que habla de un dato impresionante, en el que quizás nadie haya caído en cuenta, pero que dice mucho de su protagonista, y es consecuencia directa de la impecable personalidad de Raúl González. Nunca ha visto más de cuatro tarjetas amarillas en una misma temporada, y jamás fue expulsado de un terreno de juego. En cuatro de sus catorce temporadas, Raúl sólo vio una tarjeta, y en tres de esas campañas no llegó a ser amonestado.
Raúl ha sido un ejemplo como futbolista, y también como persona. Hombres como él son necesarios en el fútbol profesional.
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