En los últimos años, el Madrid ha entrado en la dinámica del desorden y la imprevisión, para desesperación general de una afición que, históricamente, ha estado acostumbrada a una imagen de club modélica e imperial. Como en todos los clubes, en el Real Madrid también ha habido épocas más oscuras, pero la diferencia con la situación actual es que entonces siempre se supo dónde podía estar la solución, y hoy en día parece haberse perdido ese norte, con lo que el remedio a los problemas se va alargando en el tiempo.
La llegada de Fabio Capello el pasado verano, pareció ser el bálsamo esperado para una plantilla que en los últimos tiempos había pecado de vanidad, y parecía tener tomado al asalto el control del vestuario, del que salieron pitando, entre otros, el mismísimo José Antonio Camacho, quién lo iba a decir. El sargento Capello llegó a la capital con el aura de un salvador, como lo hiciera hace diez años. Entonces, el equipo, tras una mala campaña en la que ocurrió de todo (hasta Arsenio Iglesias fue entrenador), se había quedado fuera de Europa por segunda vez en la Historia, y el italiano fue llamado a devolver al Real Madrid al podio de los campeones. Finalmente, en una liga en la que sobresalió el mejor Ronaldo que se haya visto, con la camisola del F.C. Barcelona, el equipo blanco se hizo con el campeonato, preludio de la séptima Copa de Europa que conseguiría un año después.
Pero segundas partes nunca fueron buenas, dijo en cierta ocasión Miguel de Cervantes, y Fabio Capello podrá, a partir de ya mismo, corroborarlo en primera persona. El entrenador, pese a que el Madrid luchará por el título liguero hasta las últimas jornadas, no ha conseguido solucionar los problemas para los que principalmente fue contratado, devolver el orden al vestuario y establecer una jerarquía interna que sigue descontrolada. Él lo sabe, y no hace planes más allá de Junio, seguro de que su segunda estancia en Madrid durará lo mismo que la primera, una temporada, con la diferencia de que entonces se fue para algún día volver.
Toda vez que es seguro que el equipo tendrá nuevo entrenador a partir de Julio, se trata de localizar al más adecuado. Hasta ahora habían sonado nombres como José Mourinho, Rafa Benítez, Frank Rijkaard, el mismo Del Bosque o hasta Ronald Koeman. En las últimas semanas, y sobre todo gracias a la tremenda temporada que está haciendo el Getafe, el favorito en todas las apuestas es Bernd Schuster, un hombre que agrada en el entorno madridista, y que tiene todas las papeletas para convertirse en el cuadragésimo segundo entrenador del Real Madrid en sus 105 años de vida. Schuster ha demostrado que de fútbol sabe un rato. Ha sacado petróleo de los escasos recursos que ha tenido en sus equipos, a pesar de que aún no ha conseguido ningún título, y quizás esa sea la clave de por qué es el más indicado. El Madrid ahora mismo necesita un entrenador y una plantilla ávidos de títulos, gente con ambición, que devuelva al club al lugar que siempre le correspondió. Aunque Schuster, como todos los entrenadores que le han precedido, tendrá otras tareas a las que hasta ahora quizás no haya tenido que enfrentarse. Tareas menos técnicas, de más desgaste, que son las que terminan por aclarar qué entrenador es válido para el Madrid, y cual no. De entrada, y si quiere una plantilla acorde con sus perspectivas profesionales, deberá cribar el vestuario, y quedarse sólo con lo que realmente le sirve para afrontar el nuevo proyecto. Hace tiempo que el Real Madrid debió iniciar un proceso regenerativo serio, pero lo que se va haciendo en los últimos años es demasiado incoherente para que dé resultados.
Schuster tiene muchos puntos a favor para convertirse en un buen entrenador para el Real Madrid, aunque para ello deben darse otros condicionantes que los últimos entrenadores no han tenido en cuenta. Conoce el club, aunque después de casi veinte años las cosas han cambiado mucho, pero en sus dos años como jugador en Chamartín, debió de conocer su filosofía ganadora por encima de todo. Su carácter, que le originó ciertos problemas en su época de jugador, hace pensar que no se arrugará a la hora de tomar decisiones drásticas (en este sentido me recuerda más a un tipo como Camacho, honesto, capaz de renunciar a su cargo si las cosas no se hacen como él cree conveniente para los intereses del equipo), aunque actualmente es una persona mucho más relajada que cuando era futbolista. Aún recuerdo la llegada de Bernd al Madrid, en 1988. Llegaba tras un pleito judicial con José Luis Núñez, ex presidente del Barça, y su fichaje fue un golpe de efecto de Ramón Mendoza, que reforzaba al mítico Madrid de la “Quinta del Buitre”, en pleno festival de títulos ligueros (cinco consecutivos, 1986-1990), al tiempo que dejaba al equipo catalán sin una de sus máximas figuras. Su salida del club blanco fue también sonada, después de que el club se negara a pagarle la estancia de su mujer e hijos en una gira del equipo por EE.UU. Entonces dejó un equipo pentacampeón de Liga, subcampeón de Copa, y apeado de Europa por el gran Milán de Arrigo Sacchi. Las diferencias con la situación actual son evidentes, pero el alemán también ha evolucionado, y ahora tiene ante sí la oportunidad de su vida. Que pase Bernd.
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