25 de noviembre de 2011

ÁRBITROS = PERSONAS


Hace pocas semanas escribí acerca de la “deshumanización” en el fútbol, al hilo de las situaciones de estrés y depresión que sufren muchos futbolistas profesionales. El circo mediático en que se ha convertido el fútbol en las últimas décadas, y la cantidad de personajes que viven (muy bien) alrededor de él, elevan la exigencia de los actores principales hasta límites insoportables. Todo son intereses concretos, y los resultados de un club o la marcha de una competición concreta puede hacer ganar o perder sumas multimillonarias a los tragones que cada vez en más número pululan alrededor de unos futbolistas a quienes sólo utilizan como medio para conseguir sus objetivos. Su presión es altísima, hay muchos intereses en juego, sobre todo para quienes contratan y pagan los millonarios emolumentos que reciben los futbolistas a cambio de sacrificarse física y mentalmente. Dentro de este circo, están también, porque han de estar, los árbitros, con la diferencia de que estos no salen tan beneficiados, más bien todo lo contrario.

Babak Rafati
La pasada semana, un árbitro de la Liga alemana, Babak Rafati, intentó quitarse la vida en la habitación de un hotel, sólo unas horas antes de pitar un partido entre el Colonia y el Mainz. Rafati ha tenido el dudoso honor de ser elegido durante tres temporadas como “el peor árbitro de la Bundesliga”, en un sondeo que una revista especializada hace cada temporada entre los futbolistas de la Liga alemana. La encuesta tiene miga en sí, puesto que, se tome como se tome, no deja de ser un acto humillante para cualquier persona. Que te elijan el mejor en algo, hay quien lo lleva muy bien, y otros no tanto. Pero que te elijan el peor, no puede llevarlo bien nadie. Mejor harían en evitar este tipo de cosas, que lo único que puede dar lugar es a acciones como la que desgraciadamente protagonizó Rafati, harto de ser vejado por sus propios compañeros de profesión (todos, futbolistas, entrenadores, árbitros, etc. se dedican a lo mismo, por lo tanto, pueden considerarse compañeros de profesión). El árbitro ha declarado que intentó suicidarse por miedo a cometer errores, y por la presión de los medios de comunicación. Los árbitros son siempre sospechosos, y rara vez dejan contento a nadie. Se les tacha de vagos, de jetas, o de vendidos, cuando no salen a relucir sus madres. Qué pocas veces sospechamos del delantero que falla un gol cantado, del portero que tiene las manos de mantequilla, del medio que no da un pase a dos metros, o del entrenador que hace unos cambios inexplicables. ¿No podrían estar ellos también vendidos? Pues no. Ni unos, ni otros.

En demasiadas ocasiones utilizamos los tópicos de siempre con los árbitros, para intentar ser algo benévolos con ellos. Que si es imposible que puedan acertar en todo, que si con veinte repeticiones de televisión no nos ponemos de acuerdo, cómo van a hacerlo ellos en décimas de segundo, que si los jugadores no ayudan, que si la prensa les mete demasiada caña y apenas valora su trabajo cuando está bien hecho, que suele ser casi siempre, por otra parte…

Pero no hace falta darle demasiadas vueltas. Basta con volver a la visión más humana del fútbol, y pensar que los árbitros son personas, con su familia, sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus amigos… Tienen su vida privada, llena de ilusiones y dificultades, como todos los demás. Su hipoteca, sus facturas de luz, de agua y de teléfono. Sus jornadas de trabajo, sus discusiones con sus parejas y sus vacaciones en el mar. Y sus días libres paseando con la familia, visitando a los familiares y amigos del pueblo donde pasaron su infancia, y sus partidas de mus. Personas, como el resto, que se equivocan, como todo el mundo. Faltaría más. Y el hecho de ser árbitros profesionales no les exime de lo más elemental y más primitivo del ser humano: el error. 

Anders Frisk, agredido en Roma en 2004
Tan sencillo como eso. Los árbitros se equivocan, porque son personas, no máquinas. Y, salvo excepciones, que las hay y seguirá habiendo, se equivocan con honestidad, unas veces porque no lo vieron, y otras porque les pareció lo que no era. Tenemos que empezar a verles de esa manera, y proteger y valorar su trabajo, porque sin árbitros no hay fútbol. Alguien tiene que dar el pitido inicial en cada partido. Sin ese pitido, el partido nunca empezará. Unas veces sus errores nos perjudicarán, y otras quizás nos beneficien. Pero tenemos que verles como lo que son, una parte más del juego, y unos compañeros de profesión. Ellos aman al fútbol tanto o más como los propios jugadores, entrenadores o profesionales de este deporte. Su sacrificio de cada semana así lo demuestra, y quienes amamos al fútbol tanto como ellos, tenemos que ser conscientes de esto, y apoyarles en su tarea como lo hacemos con el resto de estamentos. Quizás de esa manera incluso podamos conseguir que salten al terreno de juego menos pendientes de equivocarse, y sus errores no sean tantos como nos parecen.

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