10 de abril de 2013

10 DE ABRIL DE 1988. HUGO SÁNCHEZ Y UN PEDACITO DE HISTORIA

Hoy, hace un cuarto de siglo, era Domingo. Y aquel Domingo mi equipo, el Real Madrid, jugaba un partido de Liga en su estadio, contra el equipo de mi tierra, el Club Deportivo Logroñés, que completaba la temporada de su estreno en Primera División. No era la primera visita del Logroñés al Santiago Bernabéu, pues ocho años antes le había disputado al Real Madrid los octavos de final de la Copa del Rey. Habían ganado los blancos en Las Gaunas, en la ida, por 2-3, y volvieron a hacerlo en Chamartín, dos semanas después, por 2-0. Era el Logroñés de los Pita, Torres, Sanz, Viguera, Eraso… y ya por entonces Lotina, que también formaba parte de la plantilla del cuadro riojano ocho años después en Primera, aunque, cosas del destino, nunca llegó a debutar en la máxima categoría con el club del que es santo, seña, y parte imprescindible de su Historia. “Loti” hizo dos goles en Las Gaunas aquel 27 de Febrero de 1980, aunque otros dos de Poli Rincón y uno de Laurie Cunningham habían dejado un marcador muy favorable para el Madrid de cara al partido de vuelta, que resolvió con un gol de Santillana y otro de Juanito.

De la eliminatoria copera apenas quedaban sobrevivientes en uno y otro bando ocho años después. En el Madrid, resistían José Antonio Camacho y Carlos Santillana, en el ocaso de sus carreras. El primero, aún seguía siendo pieza importante en la zaga blanca que completaba junto a Chendo, Tendillo y Sanchís, aunque esa sería su penúltima temporada en el equipo. Santillana, por su parte, había decidido colgar las botas al final de ese ejercicio 1987/88, después de diecisiete años en el Bernabéu.  En el Logroñés sólo quedaba, después de ocho campañas, el incombustible Lotina, al que con treinta y un años aún se le auguraban varios más en la élite, pero que, debido a que no contó con ninguna confianza por parte de Chuchi Aranguren, que no le dio un minuto en toda la temporada, decidió seguir los pasos de Charli Santillana, y retirarse como futbolista ese mismo año. Triste despedida para un icono del club, que no tuvo la ocasión de decir adiós a su parroquia vestido de corto.

Gol de Linskens en el Bernabéu
Venía el Madrid de complicarse la vida en la ida de semifinales en el Bernabéu, contra el PSV Eindhoven. Un empate a un gol, en un partido muy gris, que dejaba todo abierto para la vuelta en Holanda. Hugo Sánchez había hecho el 1-0 de penalti, nada más empezar el partido. Pero un tal Edward Linskens, cuya gloria empezó y terminó aquella misma tarde, y del que poco más se supo después, pasó a la Historia del club de la multinacional electrónica (PSV es Philips Sport Vereniging, o sea, Asociación Deportiva Philips) al hacer un gol inverosímil, de esos que cuesta creer que terminen subiendo al marcador, no por su belleza ni su potencia, sino por lo extraño y estrambótico de su consecución. Paco Buyo, otro de mis ídolos, contribuyó al momento de inmortalidad de Linskens, haciendo lo más difícil, que era levantar las piernas cuando el balón venía directamente a ellas, a una velocidad no mayor que la que hubiese podido imprimirle un niño de diez años. El resto de la película fue simple y dolorosa. Tan simple, que no hubo más goles ni en ese partido ni en el de vuelta jugado en el Philips Stadion de Eindhoven. Y tan dolorosa, que el mejor Madrid de las dos últimas décadas se quedaba fuera de la final de la Copa de Europa. Ocuparía su lugar un equipo, el holandés, que terminaría ganando la competición, con otro 0-0 contra el Benfica. Los penaltis le darían su primer y hasta ahora único máximo trofeo europeo. Su entrenador era Guus Hiddink, que diez años después dirigiría al Madrid, y sus principales figuras Van Breukelen,  Gerets, Koeman, Lerby, Vanenburg o Wim Kieft. Pero lo de Eindhoven sucedió el 20 de Abril, diez días después del partido contra el Logroñés.

10 de Abril de 1988, Estadio Santiago Bernabéu. Cinco de la tarde, hora taurina y, durante muchísimos años, también futbolera. Porque antes, cuando no había televisiones de pago, la jornada de Primera se jugaba, mayormente, el Domingo a las cinco de la tarde. A excepción del partido que TVE emitía los Sábados, a las ocho de la tarde, y de los que pudiesen adelantarse a ese mismo día por estar implicados equipos participantes en competiciones europeas. No había partidos a las siete, a las nueve, ni por supuesto a las diez de la noche, ni el Sábado, ni el Domingo. Plantearse lo de jugar un partido el Lunes hubiese sido más una cosa de locos, o de ciencia ficción. O de ambas. En ese sentido, aquel tiempo pasado sí fue mejor. Hoy mandan las televisiones, o sea, el dinero, como todo en la vida, y así nos tienen.

Saltaba el líder, el Madrid, al césped del Bernabéu con la idea de sumar dos puntos más que le acercasen a su tercer título de Liga consecutivo. Quedaban seis partidos por jugarse, y la Real Sociedad, segunda clasificada, marchaba a ocho puntos. Qué gran equipo aquel dirigido por Toshack, con Arconada, López Rekarte, Larrañaga, Bakero, Txiki, Górriz, Zamora, Loren… Subcampeón de Liga y Copa. A trece estaba ya el Atlético, tercero, y para ver cómo ha cambiado el cuento, sólo reseñar que el Barcelona era noveno, a veintidós puntos del Real Madrid, mucho más cerca del descenso a Segunda, a sólo seis puntos. Por entonces, la victoria otorgaba dos puntos, no tres como ahora. El Logroñés estaba en decimosexta posición, dos por encima del descenso, con veintiséis puntos, justo la mitad de los de su rival de aquella tarde.

El partido hubiese sido uno más de los muchos que Real Madrid y Logroñés han jugado a lo largo de sus años en Primera División. Ganó el Madrid, como cabía esperar antes del pitido inicial, lo que tampoco hizo el choque nada diferente a casi todos los que enfrentaron a blancos y blanquirrojos en Chamartín. El Logroñés sólo consiguió tres empates en sus diez visitas al Bernabéu, nueve en Liga y una en Copa. Hubiese sido, en definitiva, un partido más, dos puntos más para el Madrid en su carrera por el título, y una semana de sufrimiento menos para el Logroñés, boqueando con esfuerzo para respirar en las peligrosas aguas del descenso. Pero en el minuto nueve sucedió algo que cambió para siempre el empaque de este partido, y le dio el lustre de la Historia, la pincelada que lo distinguió como uno de los momentos más memorables que ha vivido el Estadio Santiago Bernabéu, y eso, con la perspectiva que dan 66 años de fútbol del más alto nivel entre esas cuatro paredes es decir, no mucho. Muchísimo.

Era la primera parte, y el Madrid atacaba la portería del fondo norte, como manda la tradición. El Santiago Bernabéu aún no había experimentado su gran cambio de principios de los 90, y el segundo anfiteatro sujetaba la techumbre instalada seis años atrás, con motivo de la celebración del Mundial de 1982. El sol todavía se colaba por encima de la visera de la tribuna de Preferencia, y bañaba prácticamente todo el verde tapete del terreno de juego. La remodelación posterior del estadio, con dos nuevos anfiteatros sobre el ya existente, a su vez por encima de la grada baja, y los casi cincuenta metros de altura que finalmente alcanzó el techo del coliseo, hacen hoy imposible una visión como aquella, y existen zonas del césped que apenas ven la luz solar.

Momento en que Hugo Sánchez remata a gol
Rafa Martín Vázquez había recibido el balón pegadito a la cal de la banda izquierda. Rodeado por dos contrarios, decidió colgar el balón al área donde, estaba seguro, rondaba ya Hugo preparando el peligro. Y allí estaba, claro. También Butragueño. Y Sanchís, que por aquella época, con un mediocampista más defensivo como el “Soso” Gallego cubriéndole las espaldas, se dejaba ver más en el área rival. Pero Emilio y Manolo vieron pasar el balón por encima de sus cabezas. Hugo, listo como no ha habido otro en ese tipo de acciones de despiste, se había llevado a su marcador hasta casi meterle debajo del larguero con el portero Pérez. Pero en el último instante, reculó dos pasitos hacia atrás, suficientes para jugar el balón sin oponente, aunque no tanto para controlarlo o intentar un remate de cara a la portería. Así que tiró de recurso, el más habitual en él, el que dominó y ejecutó más y mejor que nadie, la chilena, y dejó para siempre una de las estampas más bonitas que se han dibujado jamás sobre un campo de fútbol. Todo sucedió así de rápido, y, aparentemente, así de fácil. Una acción de apenas cinco segundos, que permanecerá toda la eternidad en la memoria de quienes tuvimos la suerte de vivirlo en directo. Mi suerte fue radiofónica. En mis tardes de niñez, los Domingos por la tarde, la radio era mi mejor amiga, y a través de ella “veía”, o imaginaba, que es mejor aún, lo que pasaba en diez campos de Primera, y otros tantos de Segunda. Por supuesto, aquella noche esperé impaciente a que empezase el tiempo de deportes en el Telediario, y después el Estudio Estadio de la noche, pues a presenciar con mis ojos tal gesta incomparable, semejante monumento al gol, según nos había narrado Gaspar Rosety desde el “SuperGarcía” de Antena 3 Radio, no podía esperar más que lo estrictamente obligatorio. Los días siguientes fueron un sin parar de elogios al mexicano, por parte de sus compañeros, y también de sus rivales.

No fue un gol más de Hugo Sánchez. Fue “EL GOL” de Hugo Sánchez. Un hombre que los metió de todos los colores y posturas. Goles que dieron títulos, y otros que, como el que hizo esa tarde contra el Logroñés, pasaron al Salón de la Fama no por su trascendencia, sino por hacer sentir a los aficionados que el coste de la entrada que habían pagado, estaba ya amortizado a los diez minutos de partido. Ha habido goles increíbles en la Historia del fútbol español, y más aún en la del fútbol mundial. Muchísimos han sido más decisivos que el de Hugo, y muchísimos también de una belleza comparable, o superior. Pero el de Hugo siempre será inolvidable para los madridistas, también por haberlo hecho un futbolista excepcional, muy querido por la afición blanca en sus siete años en Chamartín.

Hugo Sánchez, independientemente de su carisma o su falta de ello dentro y fuera de los muros del Bernabéu (terminó sus días en el Real Madrid de manera muy polémica, enfrentado a Ramón Mendoza, el Presidente, a Leo Beenhakker, entrenador, y a buena parte de la plantilla de futbolistas, y fuera de su equipo nunca cosechó demasiadas simpatías), fue un delantero centro excepcional, para mí el mejor delantero centro que he visto en mi vida. No era veloz. No era potente. Apenas regateaba. Era zurdo. Pero no cerrado, cerradísimo. La pierna derecha la utilizaba sobre todo para sujetarse en pie. ¿Y entonces, qué tenía? Tenía gol. Hugo Sánchez era el gol. Tenía una inteligencia táctica inigualable, que le hacía estar siempre en el lugar y el momento adecuado. El don de la oportunidad. Cualquier balón que quedaba suelto dentro del área era gol si Hugo estaba por allí cerca. Y solía estar cerca, muy cerca. Sus movimientos de desmarque y de arrastre de toda una defensa sentaron cátedra. Hugo era capaz de abrir un pasillo entre cuatro rivales, sólo haciendo movimientos zigzagueantes, por el que entraba cualquiera de sus compañeros con pase libre hasta la portería. Otras muchas veces, como contra el Logroñés, se fabricaba él mismo el espacio suficiente para culminar en gol cualquier jugada de ataque de su equipo. Y tenía remate. Remataba de cabeza, remataba con el pie, sobre todo con el izquierdo, remataba con el muslo, con el tacón, con la cadera… y hasta con el pecho. Precisamente al Logroñés, en Las Gaunas, le hizo un gol con el pecho. Y no fue el único que marcó en su carrera de esa manera. En la temporada 1989/90 consiguió 38 goles, igualando el récord del mítico Zarra, que fue superado el año pasado por Leo Messi. El mérito de Hugo fue hacer esos 38 goles al primer toque. Puro remate.

Ha habido grandísimos delanteros en la Liga española. Podríamos pasar horas mencionándolos, de todos los tamaños, colores, y en todos los equipos. Hoy en día disfrutamos de dos monstruos, dos de los mejores futbolistas que jamás han jugado en nuestro país, que rompen registros goleadores cada semana. Messi y Ronaldo. Son diferentes entre sí, y también lo son con respecto a Hugo Sánchez. Messi es la magia, la habilidad, la técnica… Cristiano es técnica también, pero sobre todo potencia y velocidad. Hugo no fue excesivamente técnico, ni tampoco excesivamente potente ni veloz. Pero se hinchó a meter goles, aprovechando al máximo sus cualidades, en un fútbol también, por qué no decirlo, más difícil e igualado. Las diferencias entre los equipos de hace veinticinco años eran mínimas si las comparamos a las existentes hoy entre Barcelona, Real Madrid y el resto de los equipos. Los campos de fútbol no estaban tan cuidados como lo están en la actualidad, y la técnica no desequilibraba tanto como ahora. Eran otros tiempos, otros métodos de trabajo, y otras condiciones. Era otro fútbol, y no es comparable. Por eso para mí, por muchos y geniales delanteros que he visto desfilar por nuestros campos, a los que hay que reconocerles también todo su mérito, el delantero centro será siempre Hugo Sánchez. Además, era el delantero de mi equipo, y sus goles los viví de una manera muy especial.

1 comentario:

  1. Les comparto mi poema, inspirado en . . .

    EL MAS LINDO GOL

    ¡Qué plasticidad, . . . no tienes piedad!

    Con bella pirueta,
    el mundo respeta.
    el nueve de atleta
    de una camiseta.

    Tu cuerpo perfecto
    y enorme talento,
    le dieron al fútbol
    el más lindo gol.

    Recuerdo el partido,
    el estadio lleno,
    minuto noveno,
    Madrid atacando.

    Un balón por aire,
    el centro correcto,
    ese Martín Vázquez
    sí tiene intelecto.

    La diste la espalda
    al arco enemigo,
    pegaste gran salto,
    alzaste los pies.

    Dos metros y medio
    arriba del pasto,
    la defensa solo
    se quedó mirando.

    Con botín izquierdo
    hiciste contacto,
    hubo exactitud
    en tiempo y espacio.

    Vuelo del portero
    inútil, por cierto,
    la bola girando
    se metió angulada.

    “Huguiña”, . . . faena,
    la gente asombrada,
    que te ovacionaba,
    pañuelos blancos sacaba.

    Se gritó tu nombre,
    ¡torero!, ¡torero!,
    diste otra maroma,
    fue tu puño al cielo.

    En medio del campo,
    con las manos juntas,
    inclinas cabeza,
    muy agradecido.

    Al fin del encuentro,
    el arquero Pérez
    y el silbante Brito,
    también te elogiaron . . .

    Aquel día diez,
    de ese mes de abril,
    de mil novecientos
    del ochenta y ocho.

    La figura de Hugo,
    del rey, Hugo Sánchez,
    quedó para siempre
    plasmada en mí mente.

    Allá, en Logroñés,
    nunca lo olvidéis,
    tú anotaste “Hugol”
    ¡todo un Señor Gol!

    Autor: Lic. Gonzalo Ramos Aranda
    México, D. F., a 12 de noviembre del 2006
    Reg. SEP Indautor No. 03-2007-082112003600-14 

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