John Carlin |
Al hilo de un enlace publicado por mi amigo Asier Ormazabal (futbolista
de la U.D. Logroñés, equipo en el que actualmente ejerzo funciones de utillero)
en su “facebook”, referente a un interesante artículo en El País del periodista
y escritor John Carlin, en el que habla sobre las extremas condiciones
psicológicas a las que se enfrenta hoy en día un futbolista profesional, he
vuelto a reflexionar estos días acerca de la “deshumanización” que ha sufrido
el fútbol, principalmente en el ámbito profesional, en los últimos años.
Carlin ilustra su artículo con el ejemplo de Robert Enke,
portero alemán que jugó un año en el F.C. Barcelona, llegado del Benfica
portugués, y que tras un discreto paso por Can Barça jugó unos meses en el
Fenerbahce turco, para después aterrizar en el Tenerife, y posteriormente
volver a Alemania para jugar en el Hannover. Fue internacional con la
“Maanschaft”, tres veces campeona del mundo. No, Robert Enke no era un
cualquiera en el mundo del fútbol. Pero su vida personal no fue tan exitosa, y
a sus pequeños problemas matrimoniales se unió la pérdida de su pequeña de dos
años, en 2006, víctima de una enfermedad. Lo personal, como debe ser lógico en
un ser humano, fue más poderoso que lo profesional, y Robert Enke cayó en una
profunda depresión que le llevó, en 2009, a quitarse la vida arrojándose al
paso de una locomotora en Alemania.
Robert Enke |
La mediatización del fútbol profesional actual, en el que
todo sucede bajo focos, cámaras y micrófonos, elevó desde hace unos años a los
futbolistas al estatus de súper estrellas mediáticas, personajes cuya actividad
les convierte, a ojos de los millones de aficionados, en seres de otra esfera,
alejados del mundo real, como llegados de otro planeta. La fama del futbolista
es el resultado de horas y horas de fútbol, en radio, prensa escrita y
televisión, multiplicadas por muchísimos millones, los que engordan las cuentas
corrientes de los futbolistas. En una sociedad como la que vivimos, tan pendiente
del capital propio, y mucho más del ajeno, una persona con unos ingresos
anuales como los que hoy en día obtiene un futbolista de élite es considerada
una deidad, muy por encima de sus virtudes humanas o ya ni eso, como deportista
siquiera. La vida de lujo que un futbolista de alto nivel puede permitirse se
estima una cualidad mucho más elevada que sus propias habilidades personales o
profesionales. Un proceso de retroalimentación en el que el futbolista, cuanto
más dinero gana, más mediático es, y por tanto más dinero sigue ingresando. Es
el primer paso hacia la “deshumanización” del fútbol, porque a cambio de esa
fama y esa vida más que acomodada, los futbolistas han de pagar un canon en ocasiones
tan elevado como los beneficios que obtienen. Una vida apartada del mundo real,
sin contacto con el ser humano medio, y sometidos a una presión brutal, la
presión que indica que el círculo dinero – mediatización – más dinero, sólo
puede mantenerse soportando situaciones que, psicológicamente, llegan a ser
insoportables en muchas ocasiones.
Obviamos que los futbolistas profesionales, sean de primer o
de primerísimo nivel, son antes que nada personas, seres humanos, iguales al
resto de los mortales, con su vida, su familia, sus intimidades, sus aciertos,
sus errores… Como tú y como yo. El primer error es tratarles como lo que no
son. Tienen ciertas habilidades técnicas que admiramos, por supuesto, y
capacidades físicas muy especiales, al alcance de cualquier persona que dedique
el mismo tiempo de entrenamiento que ellos. Pero también hay médicos, científicos,
investigadores… etc., que han hecho mucho más por la humanidad que cualquier
futbolista del mundo, y no son esperados a la puerta de un hotel por cientos de
personas en busca de una foto, o un autógrafo. Es el eterno error humano,
idealizar a unos, cuando el merecimiento es de otros. Es curioso que sea
precisamente dentro del núcleo del fútbol, es decir, entre los propios
profesionales, donde más claro se tenga este aspecto. Me sorprende cuando se
habla de la humildad de ciertos profesionales, de su llana manera de ser. No podía
ser de otra manera, pienso yo. Salvo excepciones, la inmensa mayoría de los futbolistas
idolatrados saben muy bien cuál es su papel dentro de la sociedad, y son
conscientes de que en realidad son sólo deportistas al servicio del
espectáculo, sólo eso, pero que hay personalidades dentro del mundo de la
cultura, de la sanidad, de la investigación, de la educación o de la ciencia,
que han aportado mucho más al ser humano de lo que aportan ellos mismos. Es
así, y no les duelen prendas en reconocerlo. Por eso me llama siempre la
atención lo de la “humildad” del futbolista. ¿Qué otra cosa podría tener una
persona que, salvo porque sabe manejar una pelota de fútbol con sus pies como si
lo hiciese con las manos, no tiene ningún otro aspecto que le diferencie del
resto de los mortales? Dicho esto, considero al fútbol el deporte más bello,
que además me ha forjado como persona, y forma parte de mi vida, y que sociológicamente
tiene un impacto extraordinario. Pero sólo eso. Por suerte, en la vida hay muchas
más cosas que fútbol.
Hace un par de meses la selección española llegó a Logroño
para jugar contra Liechtenstein. Los campeones del mundo, con Del Bosque,
Villa, Casillas, Alonso, Iniesta, Xavi, Cesc, Sergio Ramos… todos. Tuve ocasión
de hablar con muchos de ellos, pues aquellos dos días estuve como auxiliar en
el túnel de vestuarios de Las Gaunas, y no noté en ninguno una habilidad humana
especial que no haya visto antes en otras personas. Muy educados, muy amables, como
cualquier empleado del catering que les sirvió la merienda, vaya, y que cobra
en un mes la mitad de lo que los futbolistas cobraron por jugar aquel partido. Me parecieron chicos altos, atléticos, guapos
y educados, pero nada más eso. Los chicos de la U.D. Logroñés con los que trato a diario también son altos, atléticos, guapos y educados, ganan mucho menos dinero, eso sí,
pero por eso no son para mí menos que los de la selección, todo lo contrario.
La diferencia entre unos y otros es que los de mi equipo pueden salir cualquier
tarde por Logroño a pasear, a hacer la compra de la semana o a tomarse un café,
mientras los de “la roja” eso hace muchísimos años les fue privado, bajo
amenaza de ser secuestrados por una legión de fans, abordados por un periodista
curioso, o fotografiados con morbo por un paparazzi inoportuno. Nunca entendí el
fenómeno fan, aunque no culpo a los aficionados de su manera de actuar. A fin
de cuentas, el fan actúa conforme a lo que recibe a través de los medios de
comunicación. Si los medios no dan bola, el fan no actúa. Cualquier persona que
sea mediatizada hoy, es susceptible de ser abordada mañana por un fan en
cualquier rincón del planeta.
La macro industria en que se ha convertido el fútbol en los
últimos treinta años da de comer, y muy bien, a muchísima gente, futbolistas y
entrenadores aparte. Es mucha gente la que se mueve alrededor de este circo.
Periodistas, intermediarios, profesionales de toda clase, casas de apuestas, empresas
públicas y privadas, e incluso directivos, ganan buenas cantidades de dinero, siempre
a costa del profesional del fútbol, que es quien termina soportando toda la
presión que hace girar la rueda. A todos
ellos les interesa que la pelota no deje de dar vueltas, y están dispuestos a
seguir magnificando la profesión del futbolista por encima de otras mucho más
eficaces para la sociedad. En ello va también que el circo siga escupiendo
dividendos para todos. Pero las luces y los micrófonos caen siempre sobre el
futbolista, el entrenador, o el preparador físico de turno, que son quienes hacen
el trabajo de campo, para que el resto de personajes que pululan alrededor
recojan sus beneficios, sin pensar demasiado en el esfuerzo físico, psicológico
y personal que hayan tenido que hacer aquellos.
¿Es justo por tanto que el futbolista de élite soporte tales
presiones a cambio de las multimillonarias sumas de dinero que ingresa cada
año? Dicho de otra manera, ¿es justo, como dice John Carlin en su artículo, que
las cantidades que un futbolista gana sean excusa suficiente para tratar a
estas personas como mera mercancía? Es lo que yo llamo la “deshumanización” del
fútbol. Futbolistas que, a ojos de la opinión pública y el aficionado medio, han
dejado de ser personas, para convertirse en mecanismos de
producción, al servicio de una industria insaciable que devora mitos y personas
a un ritmo insoportable.
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