Hace pocas semanas escribí acerca de la “deshumanización” en
el fútbol, al hilo de las situaciones de estrés y depresión que sufren muchos
futbolistas profesionales. El circo mediático en que se ha convertido el fútbol
en las últimas décadas, y la cantidad de personajes que viven (muy bien)
alrededor de él, elevan la exigencia de los actores principales hasta límites
insoportables. Todo son intereses concretos, y los resultados de un club o la
marcha de una competición concreta puede hacer ganar o perder sumas
multimillonarias a los tragones que cada vez en más número pululan alrededor de
unos futbolistas a quienes sólo utilizan como medio para conseguir sus
objetivos. Su presión es altísima, hay muchos intereses en juego, sobre todo para
quienes contratan y pagan los millonarios emolumentos que reciben los futbolistas a cambio de sacrificarse física y mentalmente. Dentro de este circo, están también, porque han de estar, los
árbitros, con la diferencia de que estos no salen tan beneficiados, más bien todo lo contrario.
Babak Rafati |
La pasada semana, un árbitro de la Liga alemana, Babak
Rafati, intentó quitarse la vida en la habitación de un hotel, sólo unas horas
antes de pitar un partido entre el Colonia y el Mainz. Rafati ha tenido el
dudoso honor de ser elegido durante tres temporadas como “el peor árbitro de la
Bundesliga”, en un sondeo que una revista especializada hace cada temporada
entre los futbolistas de la Liga alemana. La encuesta tiene miga en sí, puesto
que, se tome como se tome, no deja de ser un acto humillante para cualquier
persona. Que te elijan el mejor en algo, hay quien lo lleva muy bien, y otros
no tanto. Pero que te elijan el peor, no puede llevarlo bien nadie. Mejor
harían en evitar este tipo de cosas, que lo único que puede dar lugar es a
acciones como la que desgraciadamente protagonizó Rafati, harto de ser vejado
por sus propios compañeros de profesión (todos, futbolistas, entrenadores,
árbitros, etc. se dedican a lo mismo, por lo tanto, pueden considerarse
compañeros de profesión). El árbitro ha declarado que intentó suicidarse por
miedo a cometer errores, y por la presión de los medios de comunicación. Los
árbitros son siempre sospechosos, y rara vez dejan contento a nadie. Se les
tacha de vagos, de jetas, o de vendidos, cuando no salen a relucir sus madres.
Qué pocas veces sospechamos del delantero que falla un gol cantado, del portero
que tiene las manos de mantequilla, del medio que no da un pase a dos metros, o
del entrenador que hace unos cambios inexplicables. ¿No podrían estar ellos
también vendidos? Pues no. Ni unos, ni otros.
En demasiadas ocasiones utilizamos los tópicos de siempre con
los árbitros, para intentar ser algo benévolos con ellos. Que si es imposible
que puedan acertar en todo, que si con veinte repeticiones de televisión no nos
ponemos de acuerdo, cómo van a hacerlo ellos en décimas de segundo, que si los
jugadores no ayudan, que si la prensa les mete demasiada caña y apenas valora
su trabajo cuando está bien hecho, que suele ser casi siempre, por otra parte…
Pero no hace falta darle demasiadas vueltas. Basta con volver
a la visión más humana del fútbol, y pensar que los árbitros son personas, con
su familia, sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus amigos… Tienen su vida
privada, llena de ilusiones y dificultades, como todos los demás. Su hipoteca,
sus facturas de luz, de agua y de teléfono. Sus jornadas de trabajo, sus
discusiones con sus parejas y sus vacaciones en el mar. Y sus días libres
paseando con la familia, visitando a los familiares y amigos del pueblo donde
pasaron su infancia, y sus partidas de mus. Personas, como el resto, que se
equivocan, como todo el mundo. Faltaría más. Y el hecho de ser árbitros
profesionales no les exime de lo más elemental y más primitivo del ser humano:
el error.
Anders Frisk, agredido en Roma en 2004 |
Tan sencillo como eso. Los árbitros se equivocan, porque son
personas, no máquinas. Y, salvo excepciones, que las hay y seguirá habiendo, se
equivocan con honestidad, unas veces porque no lo vieron, y otras porque les
pareció lo que no era. Tenemos que empezar a verles de esa manera, y proteger y
valorar su trabajo, porque sin árbitros no hay fútbol. Alguien tiene que dar el
pitido inicial en cada partido. Sin ese pitido, el partido nunca empezará. Unas
veces sus errores nos perjudicarán, y otras quizás nos beneficien. Pero tenemos
que verles como lo que son, una parte más del juego, y unos compañeros de
profesión. Ellos aman al fútbol tanto o más como los propios jugadores,
entrenadores o profesionales de este deporte. Su sacrificio de cada semana así
lo demuestra, y quienes amamos al fútbol tanto como ellos, tenemos que ser
conscientes de esto, y apoyarles en su tarea como lo hacemos con el resto de
estamentos. Quizás de esa manera incluso podamos conseguir que salten al terreno de juego menos pendientes de equivocarse, y sus errores no sean tantos como nos parecen.
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